Acabo de leer el librito de poco más de cien páginas La superioridad moral de la izquierda, de Ignacio Sánchez-Cuenca, y he salido de él convencido de la superioridad moral de la derecha. Algo digno de reseñar teniendo en cuenta que no estaba muy convencido de ella en el momento de encarar la primera página del libro. Sí estaba, en cambio, convencido de la superioridad intelectual y política de la derecha respecto a la izquierda. Pero esa ya la concede Sánchez-Cuenca en el libro, así que por ese lado no ha habido excesivas sorpresas.
No hace falta avanzar demasiado en La superioridad moral de la izquierda (libro que, por otro lado, recomiendo sin complejos, y lo digo sin ironía: es un muy buen retrato del razonamiento de izquierdas) cuando te topas con la clave de la superioridad moral de la derecha. Es en la página 3 cuando Sánchez-Cuenca justifica la supuesta superioridad moral de la izquierda en "su ambición de trascendencia: precisamente porque condena el orden existente, puede proyectar hacia el futuro una sociedad nueva, construida sobre bases más justas. Es en esa proyección donde los principios morales alcanzan su máxima potencia".
Y añade Sánchez-Cuenca: "La derecha, que se tiene que mover en los estrechos límites de la realidad y no concibe una sociedad radicalmente distinta del statu quo debido a su apego al orden y la autoridad, se ve obligada a hacer concesiones importantes en materia de justicia. No es de extrañar, por tanto, que el izquierdista concluya que sus ideas son moralmente superiores".
Ahí tienen, a la vista de todos, la bicha de la izquierda en todo su esplendor: su infantilismo. Dado que la izquierda no se siente constreñida por la realidad, puede permitirse el lujo de proyectar hacia el futuro sus utopías morales más disparatadas. Ancha es Castilla en el infinito campo de la imaginación humana.
Dicho de otra manera. No importa cuan moralmente perfecto seas porque siempre habrá alguien por encima tuyo, un miembro del partido de la virtud de turno, capaz de imaginar una perfección moral aún más perfecta que la tuya. Alguien al que tu perfección moral siempre le parecerá un pálido reflejo de la ideal: la que él ha imaginado en su cabeza, a solas con sus prejuicios (tan reales), saltándose a la torera los obstáculos de lo real.
Lo peligroso, sin embargo, viene ahora. Dado que la perfección moral de los seres humanos, limitada por la realidad, será siempre, por definición, inferior a la ideal, todos los seres humanos somos sospechosos de impureza moral perpetua y, por lo tanto, candidatos al castigo. Y de ahí las constantes batallas entre facciones izquierdistas por el cetro de la máxima pureza ideológica. Dado que la suya es una guerra civil entre imaginaciones, la suya es una guerra civil infinita. Guerra civil cuyas víctimas, y a la vista está la historia, son siempre los ciudadanos de a pie.
Y esa es, precisamente, la descripción de una religión. Más concretamente, de una religión mesiánica.
Según Sánchez-Cuenca, la derecha, condenada a trabajar por su lado con los materiales de la realidad, es decir con la naturaleza humana y las estructuras sociales realmente existentes, apenas puede aspirar a leves retoques progresivos en los edificios del Estado de derecho, la separación de poderes, los frenos y contrapesos institucionales, la democracia representativa, las reglas electorales y el control judicial de las decisiones políticas. Logros políticos que el autor le reconoce, con una humildad que le honra, a la derecha: "En lo tocante a reglas institucionales, la derecha no encuentra rival en la izquierda".
Personalmente no concibo algo tan peligroso como una moral, causa última de tantas muertes a lo largo de la historia de la humanidad, fuera de los terrenos de lo real. Pero, en cualquier caso, y dado que como buen realista acepto la existencia real de millones de seres humanos reales situados emocionalmente fuera de lo real, y con los que de alguna manera he de convivir, estoy dispuesto a llegar a un punto de compromiso. Hagámosle por lo tanto una oferta a la izquierda.
Dado que su reino no es de este mundo, y dado que hasta la propia intelectualidad de izquierdas coincide con la intelectualidad de derechas en la superioridad de esta última en la gestión de los asuntos terrenales, ¿por qué no reservamos el terreno de lo moral para la Iglesia de la izquierda y dejamos la política para el Gobierno de la derecha? Acepto incluso una casilla en la declaración de la renta, de la que apearíamos a patadas a las religiones rivales, destinada a cubrir los gastos de manutención de la nueva sinecura bolchevique y socialdemócrata. ¡Qué cojones! Como si quieren asaltar el Vaticano y quedárselo: suyos son los dorados, las mitras y hasta la Capilla Sixtina.
¿Trato hecho?