En un partido traumático para el madridismo, en el cual el eterno rival más ramplón desde quizá los tiempos de la presidencia de Gaspart ha humillado al equipo para sonrojo de toda la masa social blanca, Lopetegui sella con toda probabilidad su finiquito. No es el principal culpable de la situación, pero algo esta haciendo mal el técnico, y sin duda algo que no tiene solución si él sigue en la ecuación, cuando un once sale al partido en el que le está viendo el planeta entero con la falta de convicción, determinación y aparentes ganas con las que salieron los que aún podemos llamar "los de Julen". Puede no ser la causa, pero parece prácticamente imposible que Lopetegui pueda conformar parte de la solución. Junto a él, pero no a su altura sino en un estrato de responsabilidad superior, hay que señalar a un grupo de futbolistas a quienes, pese a lo que dicen en rueda de prensa, no se les podría dar un diploma acreditativo de hacer lo posible por salvar el puesto a su superior. Con ser grave, no es ése el peor de sus problemas: los mismos que lo han encumbrado en la segunda etapa más gloriosa de la historia del Madrid no parecen ahora mismo dignos de portar el escudo que llevan junto al pecho. No al menos muchos de ellos.
Por lo demás, no ha habido nunca confirmación oficial de que esta temporada fuese "de transición", pero si lo es que se avise, porque la transición en el Madrid deriva muy fácilmente en hecatombe. Y no hablo aquí de la hecatombe de perder 5-1 con el Barça. Hablo de la potencial hecatombe de consolidar la presencia en mitad de la tabla que sufrimos en este momento. Hablo de cosas peores. Este grupo está tan muerto, a todos los niveles, pero sobre todo el anímico y/o el de la dignidad, que es potencialmente capaz de alcanzar cimas invertidas de oprobio en la Historia del club.
El partido ya lo habéis visto y no queréis que os lo cuente. El equipo nos obsequió con un primer tiempo ominoso, despertó tras el descanso, mandó al palo el potencial 2-2, le agarraron al contragolpe para abortar la remontada y volvió a lo ominoso. Son los mismos que nos han hecho más felices que nadie pero llevaban un mes insinuando esto, es decir, un descalabro mayúsculo para avergonzarnos de cara a la posteridad. La línea entre lo sublime y lo humillante es muy fina. La falta de casta ha pasado a engalanar también las grandes ocasiones, y se ejemplifica en Suárez marcando miserablemente con sus tacos el tobillo de Nacho sin que ninguno de sus compañeros (los de Nacho) tenga los santísimos cojones de decirle algo al uruguayo.
Va a costar mucho superar esto. No hablo de lo que puede costarle al equipo. Eso me preocupa menos. Hablo de lo que puede costarle a los madridistas, los mismos que viven y respiran por un ideal en el que esta noche desgraciadamente inolvidable han tenido a bien defecar la gran mayoría de sus ídolos, si es que aún cabe llamarles así.