El cáncer con el que ha decidido suicidarse la socialdemocracia avanza a buen ritmo. Decía el lunes Kiko Llaneras en referencia a la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil: "Un recordatorio: si a alguien le vota el 50% de la gente, le vota gente de todo tipo. Tendrá más apoyo de cierto electorado (ricos, pobres, mayores o mujeres), pero los candidatos tienen necesariamente votantes muy variados".
Y luego añadía Llaneras: "Es casi una necesidad matemática: en cuanto cruzas dos o tres variables, te quedas sin votantes. ¿Hombres, mayores de 65 y de rentas medias-altas? Serán el 10% en España. ¿Mujeres universitarias y de izquierdas? Quizás el 5%".
En realidad, no hace falta haber estudiado Ciencias Políticas, o Sociología, o Estadística, para llegar a la conclusión de Llaneras. Pero a Ada Colau no le salían las cuentas en Twitter: "Trump, Putin, Orbán, Salvini… hombres machistas, racistas, homófobos y amantes de la violencia que agitan el miedo y fakenews [sic] para conquistar poder". ¿Cuál debe de ser el porcentaje de hombres machistas, racistas, homófobos y amantes de la violencia en Brasil dispuestos a votar a uno de los suyos? ¿Un 0,1%? ¿Un 0,5%? Vamos a exagerar como si no hubiera un mañana. ¿Un 1%?
A Bolsonaro le ha votado el 55,1% de los electores. Casi 58 millones de brasileños de una población total de 209 millones. A Donald Trump le votaron sesenta millones de americanos, el 47,3%. A la derrotada Marine Le Pen en 2017, el 33,93% de los franceses. A Viktor Orbán el pasado mes de abril, el 48,9% de los húngaros. A Vladimir Putin este marzo, el 76,69% de los rusos. Son porcentajes con los que ni siquiera puede soñar la socialdemocracia de 2018, atrapada en una decadencia mórbida que recuerda a la de los partidos liberales de principios del siglo XX.
Creer que el 48,9% de los húngaros o el 55,1% de los brasileños o el 33,93% de los franceses eran nazis de clase media y alta agazapados a la espera de la llegada de un partido de extrema derecha que les prometiera sangre y fuego y látigo es un análisis romo hasta para un adolescente de Twitter. Mejor dicho: es uno de los muchos insultos de la izquierda que han provocado, entre otros factores menos emocionales, que el 48,9% de los húngaros o el 55,1% de los brasileños o el 33,93% de los franceses hayan acabado votando a partidos populistas de extrema derecha.
El Frente Popular fue un régimen criminal y nadie con dos lecturas a cuestas puede negar su inmensa responsabilidad en el estallido de la Guerra Civil española. Pero quizá el mayor de sus errores fuera creer que es posible erradicar política y socialmente a la derecha, a los católicos, a los conservadores y a los liberales españoles sin que a) esa derecha no intente defenderse del exterminio, y b) que el régimen totalitario resultante colapse a medio y largo plazo por su inviabilidad.
La izquierda nunca aprende de sus errores, pero la derecha sí suele aprender de los errores de la izquierda. Y de ahí que, en la intimidad, todos los derechistas defendamos la necesidad de una socialdemocracia centrada y respetuosa de las instituciones democráticas, de la separación de poderes y del Estado de derecho. No es esa, sin embargo, la socialdemocracia actualmente existente.
Se equivocan quienes no dudan del trasvase natural de parte de los votantes del PSOE hacia Podemos en una primera fase, la de 2014, pero no se acaban de creer la de parte de los de Podemos hacia Vox en una segunda, que ha empezado en 2018 y se ampliará muy probablemente durante los dos próximos ciclos electorales.
El mismo Frente Nacional de Le Pen se nutre fuertemente de antiguos militantes del Partido Comunista francés y la victoria de Bolsonaro es imposible de entender si no se contempla el miedo de las clases medias brasileñas de derechas, pero también de izquierdas, a la implantación en Brasil de un régimen similar al venezolano o a una inseguridad callejera que para la izquierda es incompatible, por vayan ustedes a saber qué misteriosas razones, con la igualdad.
Cuando el PSOE de Pedro Sánchez pretende recuperar a sus votantes perdidos en 2015 arrojándose en brazos de las políticas de la identidad, el feminismo y el ahogo fiscal de las clases medias y emprendedoras españolas, está luchando una batalla que ya perdió hace cuatro años frente al populismo de Podemos. Mejor haría el PSOE situándose en 2018 y entendiendo que el nuevo Podemos es Vox y que su potencial de crecimiento es muy superior al del partido de Pablo Iglesias porque Abascal, como buen derechista, entiende mejor la naturaleza humana que Monedero, Echenique y Montero.
El problema del suicidio de la socialdemocracia, en fin, es que es ampliado: va a llevarse por delante el Estado de derecho. Como ese Rajoy que prefirió morir matando y dejar España en manos de Jaume Roures antes que en las de Albert Rivera, el socialismo moribundo ha optado por sacrificar la democracia y entregársela en bandeja al populismo. Yo, de ellos, seguiría llamando "suicidio ampliado" al asesinato de menores. Cierto: así provocan el rechazo de ese 50% de españoles que viven en pareja y con hijos, pero se ganan el voto de ese ¿0,1%? de dementes que consideran que una mujer que se lanza por la ventana con su hijo de cuatro años en brazos no es una asesina sino vaya usted a saber qué víctima del sistema.