Gibraltar, los monos, la Historia, el tabaco. Los narcos, la descolonización, Sánchez con sus rotundidades vacías. El buenismo de Moratinos. Picardo, europeísta o británico según le vaya la vaina. Y Gibraltar, que huele a rancio y a húmedo, con canis que le bailan el agua a la Union Jack y que van a La Atunara -barrio pintoresco de La Línea- a por costo. O Anastassio y los Jorges, que se reúnen los viernes por reinventar la Historia de ese anacronismo que es Gibraltar. Comen tarde, fuman bajo un cuadro feo de la caza del zorro que preside el lúcido disparate de la crema de la intelectualidad yanita.
Porque Gibraltar sigue ahí, rotunda, con sus simios rijosos y la boina de nubes los más días. Gibraltar escribe la crónica del desastre de la diplomacia y poco más hay que decir. Por ahí quedan aquel viaje de Manu Leguineche al Peñón, o el más reciente de Sergio del Molino, que vienen a ilustrar que Gibraltar existe porque España los tiene muy colgones. Gibraltar es el ministro Castiella de Franco y su peregrina idea de unos globos enormes que bloquearan el espacio aéreo de la Roca.
Pero Gibraltar es también whisky escocés de a litro y a buen precio. Y uno cruza la frontera a patas y se encuentra con ese cartel del MI5 escrito en inglés y en gaditano, con su seseo, su ceceo y una tierna confusión de "b" y "v". En Gibraltar quieren creer que, pasando el aeropuerto del istmo, sigue viviendo Franco, y los paseantes por Main Street tienen cara de lores y pintas de tieso gaditano. En Gibraltar todo es exótico, y las callejuelas traseras apestan a miasma y azufre. Quizá haya un balcón con flores, pero en seguida la colonia huele a defecación de bacon y habas negras. Allí hay un aeropuerto con el bar cerrado, y una rubia que es medio azafata de British Airways y medio guía turística: con ella flirteamos con la excusa de sonsacarle su postura frente al brexit.
En la plaza de Casemates van en septiembre los cachorros de ERC y del PNV a celebrar que Gibraltar no es España, y que Gib se autoconfirmó en un referéndum al que la ONU dijo nastis. Más allá hay un currela de Algeciras, falso autónomo, que repara la fontanería y echa gasolina en Gibraltar.
Gibraltar existe porque la diplomacia española es huevona. De todos los disparates geopolíticos de la Gran Bretaña, el más pintoresco y cómodo tenía que estar necesariamente en el Sur.
Cuando Sánchez dijo de vetar la cumbre, en Sotogrande y en el cogollo de Gibraltar se descojonaron y sé que me quedo corto. Sánchez habló de "cosoberanía" y las risas no pararon entre los monos y los blanqueadores fiscales. El gibraltareño es estadística y antropológicamente como Gabriel Rufián, y así será los próximos tres siglos.