La alternativa a las armas
Para que se pueda dar un cambio, es imprescindible que se haga un esfuerzo real por entender qué motiva, inspira y mueve a la gente a tomar las decisiones que toma.
Punto de inflexión: en el día más sangriento en Gaza desde 2014, el ejército israelí mató a docenas de palestinos e hirió a miles más.
En 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, los estados miembros de las Naciones Unidas eran 51. En la actualidad son 193. Muchos de estos nuevos estados nacieron de la lucha y el conflicto derivados del derrumbe de antiguos imperios.
Ese ciclo de lucha política continúa hoy en día. La crisis del Brexit podría causar un enorme perjuicio económico a la economía irlandesa e incluso llegar a amenazar el acuerdo de Viernes Santo. En Cataluña y el País Vasco -ambos intentando independizarse de España- en Hong Kong y en Palestina, la gente lucha o ha luchado por el derecho al autogobierno.
El mundo está dominado por las luchas de naciones que quieren elaborar sus propias leyes y decidir cómo son sus relaciones con otras naciones. Pero, para que la gente pueda controlar las decisiones que afectan a su vida, debemos empoderarla a través de la diplomacia, la cooperación y el diálogo. Si los gobiernos hacen de la decencia y los derechos de sus gentes su prioridad a la hora de negociar los conflictos mundiales, la democracia lo hará también. Esto es algo, sin embargo, mucho más fácil de decir que de hacer, especialmente cuando la gente responsable de defender la ley a menudo antepone su propio poder al bien común.
Cuando era adolescente, en Belfast, me di cuenta de que a mis compañeros y a mí no se nos estaba tratando con justicia. Irlanda del Norte se creó a partir de la división que el Reino Unido hizo de Irlanda; se dividió a la gente usando líneas sectarias y los católicos pasaron a ser considerados sujetos desleales. Se nos denegaron derechos básicos en lo que, a todos los efectos, era un pequeño estado apartheid.
No tardé en descubrir que el poder de los que gobiernan se asienta sobre la desigualdad
La desigualdad que experimentamos estaba profundamente arraigada en nuestra sociedad, tanto que estaba en el corazón de las políticas. Aun así, yo pensaba que para alcanzar una solución sólo era necesario que esa desigualdad fuera puesta en conocimiento de las personas responsables. Una vez se dieran cuenta del problema, rectificarían la situación. No tardé mucho en descubrir que el poder de los que nos gobernaban se asentaba precisamente sobre esa desigualdad. Parecía poco probable que la erradicaran si podía costarles su posición aventajada; es más, cualquier solución sería modificada hasta alcanzar el punto necesario que los mantuviera al mando. La gente que tiene poder, o incluso una ilusión de poder, es reacia a renunciar a él.
Entre aquellos que se encuentran al otro lado de esta ecuación -los desfavorecidos- hay muchos que creen que no pueden cambiar su situación. Algunos incluso se muestran reticentes a pensar que el cambio sea posible. Algunos temen al cambio. Algunos están acostumbrados a que la sociedad esté organizada de determinada forma, incluso cuando esa sociedad los discrimina. Algunos están demasiado ocupados sobreviviendo o viviendo sus vidas para imaginar que las cosas pudieran ser diferentes.
El progreso no es posible si no hay lucha política; pero, para que tenga éxito, es necesario empoderar a la gente. Los ciudadanos necesitan sentirse involucrados en la sociedad y en sus comunidades. Deben sentirse valorados, su humanidad debe ser respetada y defendida, y sus derechos, ratificados. La sociedad debe girar en torno a ellos y debe modelarse conforme a sus derechos.
La realidad, por supuesto, es que el cambio progresivo rara vez se da por voluntad propia en la sociedad. Tiene que ser diseñado, negociado. A menudo, se genera violencia cuando la gente cree que se le ha dejado sin alternativas. Y esta creencia puede ir afianzándose a medida que los estados van usando medios extrajudiciales y violentos para defender sus intereses.
A nivel mundial, el gasto militar anual está estimado en más de 1,7 billones de dólares, mientras que las Naciones Unidas y sus agencias gastan alrededor de 30.000 millones de dólares. Los conflictos se alimentan de la pobreza, la explotación económica y el deseo de controlar los derechos sobre el agua, las reservas de petróleo y otros recursos naturales.
El que describió la política como el arte de lo posible la redujo a un oficio mediocre
Gran Bretaña había lidiado con docenas de guerras de contrainsurgencia antes de mandar a sus soldados a las calles irlandesas en 1969. Tenía una consolidada política que percibía la ley, según el brigadier Frank Kitson, como "un arma más en el arsenal del gobierno… poco más que una tapadera propagandística para eliminar a miembros no deseados de la sociedad".
Los republicanos irlandeses, entre otros, consiguieron transformar el conflicto en paz cuando, a través del acuerdo de Viernes Santo, diseñaron una alternativa a la lucha armada. El acuerdo observa ciertos derechos para Irlanda del Norte, incluido el de celebrar un referéndum para decidir si continúa siendo parte del Reino Unido o finaliza esa relación y proclama una Irlanda unida. El acuerdo se forjó lentamente, con el apoyo de la comunidad internacional y fue fruto de un duro trabajo y de la voluntad de los partidos y los gobiernos de asumir ciertos riesgos. Aún queda mucho por hacer.
En el conflicto entre el Estado español y los independentistas vascos se dio un proceso similar -tomó como ejemplo el caso irlandés- que consiguió terminar con el conflicto armado, a pesar de que, hasta el momento, el gobierno español no se ha comprometido completamente. Los líderes del Sinn Fein han viajado a menudo a otras zonas de conflicto, incluidos Afganistán y Colombia, para defender la importancia del diálogo, las negociaciones, y los procesos de paz.
Yo mismo he viajado a Oriente Medio en numerosas ocasiones, donde he hablado con palestinos, visitado la Franja de Gaza y Cisjordania, y hablado con los principales dirigentes de Israel y Palestina. Desafortunadamente, el fracaso de los gobiernos a la hora de respetar las leyes internacionales y las resoluciones de la ONU, junto con el rechazo del gobierno de Israel a defender las normas democráticas y encontrar compromisos justos e igualitarios, ha dejado a muchos palestinos viviendo en condiciones desesperadas, sin esperanza alguna de un futuro diferente y mejor. Como resultado, Oriente Medio vive en un estado de permanente conflicto.
Para que se pueda dar un cambio, es imprescindible que se haga un esfuerzo real por entender qué motiva, inspira y mueve a la gente a tomar las decisiones que toma. El diálogo que promueve ese entendimiento es lo que, en última instancia, consigue que los bandos contrarios de un conflicto se acerquen.
El que describió la política como el arte de lo posible la redujo a un oficio mediocre. Es necesario que las expectativas que la gente tiene sobre su propia valía crezcan, no lo contrario. Así, posibilitamos que la democracia prospere incluso en las situaciones más desesperadas.
Gerry Adams ha sido presidente del Sinn Fein durante 35 años, hasta 2018. © 2018. The New York Times and Gerry Adams.