Punto de inflexión: Raúl Castro dimite como presidente de Cuba.
"Era tuyo", dijo mi madre.
Sostenía en su mano un uniforme escolar azul, de chica.
Ella tiene ahora 82 años y todavía me sorprende con recuerdos que se trajo de Cuba y que ha guardado en cajas desde los años 60.
Tenía cosida una estrella en la parte delantera y un dobladillo grueso para ir sacándolo según iba creciendo.
"¿No te acuerdas?"
Yo negué con la cabeza.
"Lo llevabas cuando tenías cuatro años". Ibas a la misma escuela judía en La Habana a la que fui yo. Las clases eran en español y en yidis. ¿No te parece increíble? Y luego llegó Castro".
Yo crecí, como muchos niños del exilio cubano, traumatizada por lo que mis padres habían perdido en la revolución de 1959 liderada por Fidel Castro. Ellos creyeron en las reformas sociales que Castro imaginaba (igualdad de derechos para mujeres y afrocubanos, guarderías gratuitas, tierra para los granjeros, vivienda para los pobres, cobertura sanitaria universal y educación para todos los niños) y se sintieron traicionados ante su giro hacia el autoritarismo y el comunismo.
Al igual que otros exiliados de su generación, mis padres rehusaron volver a la isla. Preferían aferrarse a sus recuerdos de una Cuba ya desaparecida. Durante casi 30 años, he estado volviendo a la isla por mi cuenta, intentando entender en qué se ha convertido Cuba.
Una amiga se preguntaba quién podría haber llegado a ser, dónde hubiera llegado, si ellos se hubieran marchado
También hay niños que se quedaron, una generación educada por revolucionarios, que intentaron construir una sociedad justa mediante voluntariado y sacrificio comunitario. Salieron adelante en periodos de gran escasez y ahora afrontan el declive del sistema de bienestar cubano. Una amiga que ayuda económicamente a sus padres gracias a su negocio en Airbnb, se preguntaba quién podría haber llegado a ser, dónde hubiera llegado, si ellos se hubieran marchado.
"Tienes suerte de que tus padres te sacaran de aquí cuando eras pequeña", me dijo. Pero ahora que Cuba se acerca al 60° aniversario de la revolución, una nueva generación, tanto dentro como fuera de Cuba, la generación de los nietos, se está desprendiendo de los traumas del pasado.
Los jóvenes cubanos de hoy día son individualistas que habrían sido etiquetados como "diversionistas ideológicos" por los ancianos que cortaron azúcar de caña por el bien de la nación. Y, si bien han crecido escuchando los horrores del imperialismo estadounidense y el embargo comercial, lucen tatuajes que dicen "All You Need is Love" o "Live Hard".
Y también les encantan las marcas. En mayo de 2016, Chanel llegó a La Habana para un desfile de moda. El contraste entre generaciones quedó patente cuando el nieto de Fidel Castro, Tony Castro (Antonio Castro Ulloa), aspirante a modelo de 19 años y que es el vivo retrato de su abuelo, se presentó en el Paseo del Prado.
Una de las celebridades de esta nueva generación es Idania del Río, de 37 años. Volvió a La Habana después de trabajar fuera cuando los negocios privados se convirtieron en legales bajo el mandato de Raúl Castro. Su tienda de diseño gráfico, Clandestina, ofrece camisetas serigrafiadas que llamaron la atención del presidente Obama durante su histórica visita a Cuba en marzo de 2016, y que ahora se venden en Amazon.
Una sorprendente cantidad de jóvenes cubanos se puede permitir gastar 28 dólares (aproximadamente el salario medio mensual de la isla) en una camiseta Clandestina, pero sus aspiraciones sólo llegan hasta ahí. Trabajan en restaurantes, buscan habitaciones para alquilar a turistas, le dan una segunda vida a un viejo Chevy convirtiéndolo en un taxi fucsia… Quieren que Cuba se convierta en un país "normal". Pero al mismo tiempo, casi todas las transacciones se realizan todavía en efectivo, nadie tiene tarjeta de crédito y el dinero se guarda debajo del colchón.
Reabrir la isla al mundo capitalista también ha traído consigo una creciente desigualdad. A principios de los años 1990, cuando yo empecé a volver a Cuba, me di cuenta de que había cortinas oscuras que ocultaban los productos en las tiendas de turistas para evitar que los cubanos desearan cosas que no podían permitirse. Ahora, todo está a la vista, incluido Chanel.
Antes, la emigración era una forma de escapar. Pero países de todo el mundo están cerrando sus fronteras, y Estados Unidos ya no ofrece a los cubanos la vía rápida para obtener la ciudadanía.
Los jóvenes cubanos ahora no sueñan con emigrar, sino con viajar.
El nieto de la niñera afrocubana de mi infancia quiere visitar Guantánamo, de donde es su padre. A pesar de ganar el equivalente a 12 dólares al mes, encuentra prohibitivo, incluso ahorrando, el billete de autobús de La Habana a Guantánamo, a unos 900 kilómetros.
Su cuñado se metió en nuestra conversación: "Mi sueño es viajar por el mundo y luego volver a Cuba". Se rió; sin embargo, no tenía sentido anhelar un cambio político. "Cuba no tiene bandas o armas, es un país seguro".
La tasa de natalidad ha caído de forma alarmante y la población es la más envejecida de toda Latinoamérica
Las dificultades económicas que afrontan estos dos jóvenes afrocubanos deben contraponerse a su sentimiento de seguridad. El racismo no se ha terminado en Cuba, y muchos sienten que se ha incrementado con el aumento de la iniciativa privada, cuyos beneficios se inclinan claramente hacia los cubanos blancos. Pero uno de los logros de la revolución que ha perdurado es haber infundido un fuerte orgullo nacional en la herencia africana de Cuba, dando voz a los cubanos negros, que continúan pujando por una mayor igualdad y el derecho a la autoexpresión. Incluso el movimiento 'Black Lives Matter' cuenta con seguidores en la isla.
Sin embargo, Cuba se encuentra en una incierta encrucijada en este camino hacia un futuro poscastrista. Aunque puede estar orgullosa de las reformas constitucionales entre las que incluyen la propuesta de legalización del matrimonio homosexual, una cuestión demográfica primordial obsesiona al país. La tasa de natalidad en Cuba ha caído de forma alarmante y su población es la más envejecida de toda Latinoamérica. Una mujer que conozco solía decir: "Nunca pariría un hijo por Fidel Castro". Otros sostienen que la situación económica, especialmente la importante escasez de vivienda, hace que la decisión de tener hijos sea especialmente compleja.
Nuestros antiguos vecinos en La Habana todavía viven en el mismo modesto apartamento de dos habitaciones. Su nieta ha dormido toda su vida en el mismo dormitorio que ellos, que tienen ahora 90 años, y que son un anuncio andante del excelente sistema de salud cubano, mientras que los padres ocupan el otro dormitorio. Ella tiene 37 años, y el que es su novio desde hace más de diez años ha vivido toda su vida en el apartamento de sus abuelos.
"No podemos casarnos porque no tenemos dónde vivir", me dijo. "No creo que tengamos hijos. Me estoy haciendo mayor. En cualquier caso, no ganamos suficiente para mantener a un niño".
Pensé en cómo sería su hija, vestida con el uniforme de colegio y la pañoleta roja de joven pionera, y recordé el uniforme que mi madre guardaba, aferrándome al recuerdo de mi infancia interrumpida en Cuba.
Su abuela estaba escuchando, como suelen hacer las abuelas cubanas. Hacia años, había vendido su anillo de boda para comprar un ventilador, pero vivía sin lamentarse. Sonriendo a su nieta, dijo: "Nunca sabes lo que puede pasar. Aquí vivimos de la esperanza".
Aquí vivimos de la esperanza.
Sé que su nieta ya no cree en sueños utópicos de lo que podría ser. Está decidida a vivir su vida en el presente, al igual que otros cubanos de la nueva generación.
Pero sonrió amablemente a su abuela y dijo: "Lo sé, abuela".
Ruth Behar, profesora de Antropología en la Universidad de Michigan, es autora de 'Lucky Broken Girl', dirigida a los jóvenes, y 'Everything I Kept', un libro de poemas. © 2018. The New York Times and Ruth Behar.