Ahora que están a punto de alcanzar nuestras tierras los Reyes Magos, casi se les ve ya, ojalá que se acuerden de Venezuela, donde también se celebra su llegada. El país, ese país que por recursos naturales podría ser uno de los punteros en América, se muere de hambre; su deterioro, tan asombroso y acuciante, parece no tener fin.
Y de Cuba, que acaba de cumplir 60 años, hace solo unos días, bajo el yugo castrista. Ya se murió Fidel, sí, pero continúa, menos apartado de lo que se cree, su hermano Raúl. Y se perpetúan, sobre todo, las políticas revolucionarias que tanta miseria han provocado. Seis décadas eternas que han convertido a la isla caribeña en una cárcel cuyos ciudadanos, como los del país de Maduro, sufren diaria y masivamente la ineficacia y la corrupción del sistema comunista.
Y de Brasil, que este año estrena presidente, uno al que acusan de homófobo y racista, y que en su discurso de toma de posesión ha puesto a Dios –si existe, aunque el condicional no es suyo-, por encima de todo.
Y de Estados Unidos, que tiene a un semi-dios de presidente; alguien que ha paralizado al gobierno hasta que el Congreso apruebe el muro que pretende establecer en la frontera con México. Los demócratas no han accedido a autorizar un gasto de cinco mil millones de dólares con ese fin. A chulo, a Donald Trump no hay quien le gane, y es por eso por lo que los servicios de la Administración llevan casi dos semanas cerrados.
Y de los hondureños que salieron de San Pedro Sula huyendo de las penurias y de la violencia que condenan su entorno, con la intención de llegar a los confines de la tierra prometida, donde se encontraron la frontera cerrada y robustecida por las fuerzas de seguridad. Allí, en el territorio que domina el marido de Melania –de origen esloveno-, ya lo están viendo, no hay quien entre.
Y de los subsaharianos que abandonan lo que tienen, que es nada, por la misma razón, en un éxodo tan multitudinario como el de Centroamérica pero ejecutado poco a poco, de forma constante y trágica, en pateras que en Occidente no valdrían para pasear por la playa de Conil, o la de Lampedusa; esos mares se hallan ya repletos de almas que no consiguieron culminar su sueño europeo.
Y de los británicos, tan divididos por el Brexit, absortos en el conflicto que supone abandonar la nave común europea, a la que se unieron hace 45 años. Un espacio económico que ha garantizado la prosperidad y la paz en una zona del mundo que ha registrado ya demasiadas guerras a lo largo de los siglos. En estas próximas fechas se aclarará si se tapona, también, el Canal de La Mancha y demás accesos al Reino Unido.
Y, por supuesto, que los magos se acuerden, también, de regar su magia por nuestra parcelita española, tan fraccionada en Cataluña, tan aventurera en la nueva Andalucía, tan expectante en todo el territorio ante este año con aspecto tan intensamente electoral. Ojalá que los ciudadanos acudamos a las grandes fiestas de la democracia, las jornadas en las que se vota, empapados del encantamiento de los magos, y que sus hechizos nos inviten a alejarnos del populismo y de sus extremos. El futuro lo diseñaremos nosotros mismos, con mayor o menor fortuna, en este año tan decisivo y tan impar.