En este periódico ya es costumbre explicarle al lector quién era la última mujer asesinada por el último hombre al que quiso. Todo el trabajo está reunido en Las vidas de las víctimas. El enlace relacionado es terrible. Uno baja asustado haciendo scroll por ese cementerio digital, saltando entre los nombres, esquivando lápidas interactivas, tropezando con las caras pixeladas de niños a los que algún día habrá que explicar ciertas cosas. La información suele ser un zoológico de gentes, y es divertido, pero en este caso el epígrafe esconde un museo de cera que congela la felicidad de medio centenar de mujeres al año.
El tufillo a felicidad caducada es lo más tétrico. Las fotografías tienen el soplo de las redes sociales y en las poses se adivina el sótano de nuestra época: nunca sabremos cuántos selfies se pudren por dentro. Mujeres que ya no existen miran a la cámara despreocupadas ilustrando la información sobre sus últimas horas de vida mientras les cuelga una bomba de relojería a punto de estallar. Esta es la dimensión exacta del drama, el contraste entre lo que dicen sus caras y los cinco o seis párrafos que siguen. Todo lo que arrasa una decisión caprichosa de un cobarde agazapado en la esquina oscura del amor.
Durante la construcción de este penoso hall of fame me acuerdo siempre de las familias, en lo que pensarán cuando reconocen el nombre de la hija parpadeando en una pantalla, si la frase que resume una vida para el titular encaja en la idea que tenían de ella sus allegados, si no nos verán demasiado cínicos por hacer negocio con las biografías a vuela pluma que cuentan los vecinos por el porterillo. Los periodistas entierran con erratas y neónes de publicidad. Algunas historias sobre mujeres destruidas por los caprichos de un idiota incapaz de afrontar los problemas como un adulto mantienen la línea común de las segundas oportunidades, y es imposible no pensar justo en el momento en el que ella se da cuenta de su error y entiende que es demasiado tarde.
Esta semana hemos visto a los políticos negociar no sé qué términos sobre esta tragedia cotidiana. Las declaraciones suenan a disparos en el aire. Siempre tan atentos con manchar de ideología las cosas importantes se olvidan de proponer soluciones, o al menos soluciones que atajen de verdad el problema y no sean el marco a medida para la parte del electorado que ellos mismos han provocado aprovechando el paso de los virales. La izquierda hiperventilada ha utilizado la violencia de género como cajón al que tirar reivindicaciones aleatorias. La derecha la explota para coger la ola de los complejos por la identidad supuestamente amenazada. Eso sólo convierte el problema de todos en una causa dividida, perenne, irremediable.