Una poderosa fuerza secreta es el título de un libro colectivo que se publicó en 1940. Sus autores eran figuras cercanas al recién consolidado régimen franquista, y la fuerza secreta a la que aludían era la Institución Libre de Enseñanza. Según los autores, el fundador de la ILE, Francisco Giner de los Ríos, había diseñado un proyecto para formar una nueva élite que, a su vez, se iría infiltrando en las instituciones nacionales. Desde ahí, esta élite introduciría las semillas de la revolución y el ateísmo en el sano pueblo español. Así, y siempre desde las tinieblas, la ILE habría ido colocando a los suyos en importantes puestos políticos y administrativos, hasta que llegó el momento de realizar sus negros designios. “A la revolución roja, el socialismo le ha dado las masas y la Institución Libre de Enseñanza le ha dado los jefes”, explicaba el prólogo.
Por fortuna, la España de 2019 es radicalmente distinta de la de 1940. Por eso resulta tan llamativo que parte de la izquierda española afirme detectar en nuestra política una nueva poderosa fuerza secreta: José María Aznar y su fundación FAES. Primero con la consolidación de Ciudadanos en la política nacional, después con la elección de Pablo Casado como secretario general del PP y finalmente con la irrupción de Vox tras el mitin de Vistalegre y las elecciones andaluzas, se ha consolidado un discurso según el cual los nuevos liderazgos y actitudes en la derecha española serían el resultado de herencias ideológicas, y de inconfesables maquinaciones, que tendrían su origen en el expresidente del Gobierno.
Así, ya es habitual que líderes izquierdistas o nacionalistas y sus altavoces mediáticos se refieran a Rivera, Casado y Abascal como los “cachorros de Aznar”, los “Aznar Boys” o cualquier otra formulación pretendidamente ingeniosa de la misma idea. En una extraña pirueta histórica, parece que hoy la izquierda política y mediática describe a sus adversarios como lo hacía Menéndez Pelayo al hablar de la ILE: “todos hablaban igual, todos vestían igual, todos se parecían en su aspecto exterior, aunque no se pareciesen antes”. Muchos parecen proponer, en fin, que a la revolución facha es FAES quien le ha dado los jefes.
El esfuerzo por identificar todo lo que queda a la derecha del actual PSOE con Aznar tiene una finalidad bastante clara. En primer lugar, revive el recuerdo de la bestia negra que podría servir de pegamento del Frankenstein gubernamental. El odio a Aznar ofrece un espacio de encuentro nada desdeñable para PSOE, Podemos y los separatistas de cara a la negociación de los Presupuestos y a las alianzas que se deberán buscar tras las municipales y autonómicas. Además, apela especialmente a los votantes nacidos en la segunda mitad de los ochenta que se socializaron políticamente en el antiaznarismo: aquellos que, partiendo de la cercanía al PSOE, se acabaron pasando casi en bloque a Podemos, y que ahora este partido lucha por retener mientras aquel intenta recuperar.
La insistencia en el fantasma del expresidente también funciona como blindaje intelectual de los propios simpatizantes: si algo está cambiando en las actitudes del votante español y estos cambios no van en la dirección que nos gustaría, no puede ser porque nosotros estemos equivocados sino porque hay un genio maligno que los está manipulando desde la sombra. De nuevo, la idea de que la poderosa fuerza secreta tuerce los sanos impulsos del pueblo, arrastrándolo a la barbarie.
Sin embargo, y más allá del oportunismo político, este nuevo discurso confirma que la izquierda española suele ser una pésima intérprete de lo que sucede a su derecha. Porque si hay un exdirigente del PP que ha puesto en marcha la redefinición de todo lo que queda a la izquierda del sanchismo este es Mariano Rajoy, con su larguísima lista de decisiones estratégicas durante los catorce años que fue líder del PP, y con su gestión de las crisis que marcaron sus seis años como presidente del Gobierno. La figura de Aznar no es necesaria para explicar el escenario de 2019; la de Rajoy sí. Puede que haya una poderosa fuerza detrás de lo que está sucediendo, pero no tiene nada de secreta: goza de la visibilidad notarial de las hemerotecas. Esas que dan fe de los grandes y lentos fracasos.