Lo explica Alonso en Twitter mejor de lo que lo ha hecho la prensa. El sábado pasado hubo varias marchas de protesta en Washington. A una de ellas, llamada Marcha por la Vida, asistieron los estudiantes de una escuela católica de Kentucky, la Covington Catholic High School. Cuando la concentración acabó, los estudiantes se reunieron en el punto acordado con sus profesores a la espera del autobús que les devolvería a casa.
Mientras esperaban, cuatro radicales negros se encararon con ellos. Les llamaron "racistas", "maricones", "asesinos" e "hijos del incesto". También le dijeron a un estudiante negro del grupo que sus compañeros iban a "cosechar" sus órganos. El mito del blanco que secuestra a negros para extirparles los órganos y vendérselos a familias ricas blancas es habitual en la cultura pop americana, y un ejemplo reciente de ello es la película de terror Déjame salir, del cómico Jordan Peele.
Los estudiantes replicaron cantando los himnos de su escuela, los mismos que pueden oírse en cualquier evento deportivo escolar. Tras unos minutos, Nathan Phillips, un activista indígena, se acercó al grupo y se encaró con uno de los estudiantes, Nick Sandmann, aporreando un tambor a escasos centímetros de su cara.
El estudiante se limitó a sonreír, sin enfrentarse con el provocador, pero también sin retroceder. Phillips dijo luego que se había interpuesto entre ambos grupos, el de los estudiantes y el de los radicales negros, para "mediar con un canto espiritual". Lo que no explicó Phillips es por qué escogió como destinatario de su "canto espiritual" a los estudiantes que estaban siendo insultados en vez de a los radicales que les estaban insultando.
La fotografía en la que se ve a Sandmann sonriendo frente a Phillips se viralizó en pocas horas. No ayudó que Sandmann llevara una gorra con un lema de apoyo a Donald Trump. Las redes sociales le llamaron "racista", "pequeño pedazo de mierda", "nazi", "supremacista blanco" y "discípulo del KKK". También le amenazaron de muerte, a él y a su familia, e hicieron públicos sus datos personales.
Famosos del mundo del espectáculo como Jamie Lee Curtis, Alyssa Milano, Chris Evans, Rosie O'Donnell, Tim Robbins, Matthew Modine, John Cusack, Patricia Arquette o Jordan Horowitz atacaron a Nick Sandmann. Lo hicieron mucho antes de ver el vídeo completo del incidente.
Algunos pidieron que las supuestas burlas del adolescente destrozaran su vida "para siempre". Otros se dedicaron a capturar las caras de los estudiantes que aparecían en el vídeo para que los usuarios de las redes sociales identificaran sus identidades y algún fanático hiciera el trabajo sucio que esos usuarios no se atreven a hacer en persona.
No sirvió de nada saber que Phillips es un profesional del victimismo que había mentido ya en el pasado acerca de su supuesto pasado como marine. O saber que, en 2015, Phillips provocó un incidente similar con otro grupo de estudiantes que estaban celebrando una fiesta y a los que interrumpió para acusarles de "apropiación cultural". En ninguno de los vídeos que se han hecho públicos tras la polémica hay prueba alguna de los supuestos cantos racistas que habrían proferido los estudiantes.
Prácticamente ninguno de los grandes medios de prensa americanos, por no hablar de los españoles, con La Sexta a la cabeza, trató el incidente de acuerdo a los cánones del buen periodismo. Que no es explicando las dos versiones de la historia (la opción equidistante), ni mucho menos explicando sólo una de esas versiones (la opción sectaria), sino explicando la verdad.
La diferencia entre el trato recibido por Nick Sandmann con el que recibieron los estudiantes que acosaron hace semanas a un anciano conservador que mostraba su apoyo al juez Kavanaugh es sangrante y dice muy poco de la prensa actual. Mejor dicho: lo dice todo. Para esa prensa, lo importante no es jamás es el qué, sino el quién.
La historia era demasiado buena, en fin, para que la prensa la tratara con ecuanimidad. ¿Un estudiante católico y antiabortista burlándose con prepotencia de cachorro-blanco-privilegiado de un anciano indígena? ¿Y qué más da que todo lo que haga Nick Sandmann en el vídeo sea sonreír mientras un adulto toca un tambor en su cara buscando una agresión que le permita aparecer como víctima del "racismo blanco"? ¿Y qué más da que el indígena sea un mentiroso? ¿Y qué más da que los acosados fueran en realidad los estudiantes católicos? Si la realidad no encaja en la narrativa progresista, se miente. Aunque eso requiera destrozar la vida de un puñado de adolescentes.
Eso es la prensa progresista a día de hoy. Un nido de fanáticos y de diminutos Haile Selassie de la justicia social cuyo motor profesional no es la verdad sino el rencor. Si algún día la prensa muere a manos de tuiteros como Alonso, yo me cagaré en todos los muertos de Twitter, de las redes sociales y de los que las utilizan para informarse sin diferenciar a justos de pecadores. Pero, joder, ¡qué merecido nos lo tendremos! Algunos, eso sí, más que otros.