A veces me sorprende la rolliza ignorancia de la clase política madrileña respecto a lo que ocurre en Cataluña. También la de la asturiana, la valenciana o la gallega, aunque esas tienen disculpa porque andan ocupadas construyendo sus propias nacioncitas de Famosa. Es decir, sus nancyoncitas. Incluso dudo de que los iPhone y los iPad que reciben sus señorías en el Congreso de los Diputados y el Senado incluyan la conexión wifi. La última vez que seguí una sesión del Congreso me entraron ganas de gritar en medio del pleno "¡Dadles de alta en Yoigo, roñicas, que no les llegan las noticias de la periferia y andan desactualizados!".
A veces, incluso, hablando con tal o cual señoría, llego a la conclusión de que ni siquiera se creen sus propios alegatos contra la inmersión lingüística, el adoctrinamiento, la quiebra de la convivencia, el acoso al discrepante o el intento de construir instituciones paralelas a las oficiales y en las que sólo tengan voz los partidos nacionalistas. "Nosotros somos conscientes de que eso son eslóganes de batalla, pero en el fondo sabemos que los derechos de los castellanohablantes no corren peligro en Cataluña, que en las aulas catalanas no se adoctrina y que los nacionalistas ladran, pero no muerden, respecto a la construcción de un Estado paralelo al oficial".
A veces, incluso, creo captar un cierto sobreentendido en el ambiente por eso de que soy un catalán no nacionalista que trabaja para un diario madrileño de centro-derecha. "Nosotros sabemos que tú sabes que nosotros sabemos que tanto tú como nosotros exageramos la nota". Luego me guiñan el ojo y dudo si se han creído su propia patraña de la erótica del poder, esa que trompetea retirada en cuanto conoces de primera mano el percal, o si me creen parte de un complot tácito que sólo existe en su cabeza.
No, no, no, señoría. No es que sea mucho peor de lo que usted cree: es que es infinitamente peor de lo que usted finge creer. Cuando Pedro Sánchez acepta participar en una "mesa de partidos" en la que sólo tendrán voz los partidos nacionalistas, está convirtiéndose en pieza esencial de un engranaje golpista que pretende vaciar de atribuciones el Parlamento regional y transferir sus poderes a cualquier foro, congregación o amontonamiento de nacionalistas del que se haya excluido a la oposición. "Que esos constitucionalistas se queden en el Parlamento a solas con sus aspavientos y su democracia mientras nosotros en esta mesa decidimos cómo será la España de los próximos cincuenta años".
A veces, incluso, me sorprende la rolliza ignorancia de la clase política madrileña sobre lo que ocurre en Madrid. Cuando veo a Ciudadanos decir eso de "nosotros sólo pactaremos con PP y PSOE, pero no con el PSOE de Pedro Sánchez" me asaltan las dudas. ¿Acaso creen en Cs que existe un segundo PSOE, el PSOE fetén, diferente al PSOE del Bello Resistente? Pues sí que ha calado hondo la doctrina Valls. Habrá que añadir el del PSOE "moderado" a esa lista de mitos en la que figura también el islam moderado, el nacionalismo moderado y el comunismo que se aplicó mal. Curiosamente, nunca se habla de nazismo moderado. Ni siquiera de machismo, de homofobia o de racismo moderados. Ahí todos tienen claro que un moderado es sólo un radical talla M. Me pregunto entonces por qué les cuesta tanto entenderlo con el nacionalismo.