Albert Rivera es la última víctima de Madrid, la ciudad excesiva que se elige para ser alguien en la vida. Más tarde, los que van a triunfar se enteran de que ocurre al revés, es Madrid la que se convierte primero en importante dentro de ellos. La capital, como la llaman con cierta envidia los que viven moralmente lejos, ha confirmado esta semana ser la mejor ciudad del mundo tras provocar el noviazgo del líder de Ciudadanos y la cantante Malú.

Sospecho que Barcelona anda ocupada con otros asuntos desde hace unos años, muy concentrada, y que el procés ahora, y hace siglos la incubación de lo cosmopolita, no le deja tiempo para ponerse a parir parejas inolvidables. Madrid, sin embargo, vive liberada, atendiendo a los asuntos principales de la vida: que los madrileños follen bien y el agua del grifo esté rica.



A Rivera los proyectos en Madrid se le trastocaron la noche que entró en casa de Alejandro Sanz acompañando a Malú, supongo que sintió eso que algunos hombres sentimos en situaciones acojonantes, tentando con el dorso de la mano al tiempo por si se hubiera puesto enfermo.

Los relojes a veces devuelven imágenes estremecedoras. En ese momento las experiencias adquieren una perspectiva amplísima, y él estaba allí, despojándose definitivamente del atuendo de motorista castigado por los impuestos al autónomo, cuando era la versión pop –y desnuda– de Adolfo Suárez. Llegar a Madrid para refundar el centro ideológico y acabar robándole besitos a la sobrina de Paco de Lucía en el cumple del autor de Corazón partío es rozar la tranquilidad del jubilado, darle al larguero de la vida: por mí ya estaría.



Son esos milagros los que hacen a Madrid lugar fundamental, generador de leyendas. Rivera está muy centrado en este trabajo, mientras se resuelve si Arrimadas tiene permiso para comenzar el Erasmus también en la ciudad. Cómo si no iba a mandarle chóferes a Malú el día de San Valentín, musa de los tardoadolescentes andaluces, los hombrecitos enchufados a La Voz y los carnavales. En esos detalles hay un tipo mirando a los ojos a la eternidad.

Será complicado que su partido no avance en las próximas elecciones por la ilusión de ver a Malú en plan Begoña Gómez y porque no se puede ser mal presidente si se aguanta la repetición mental de los archiconocidos estribillos de la cantante. “Tooooda/ entera y tuya” o “Me has enseñado túuuu” no han dejado de sonar en mi cabeza desde que pulsé la primera tecla, imagino que cenar con ella el 14 de febrero fue un Dakar romántico-musical.

Los insultos de los separatistas ya no tienen donde caerle al gurú de los patriotas tranquilos, que cuenta con la coraza de las tonadilleras, ese escudo donde se refugiaron Ortega Cano o Julián Múñoz, otros candidatos a tantas cosas. Vivir en una ciudad donde las parejas parecen sacadas aleatoriamente de un bombo ilusiona porque es vivir en una lotería en la que juegas sin querer.

A mí ya me tocó lo mío, me quedo con ser espectador del runrún que se escucha algunas noches. El rumor de lo furtivo. El rompeolas de polvos. El otro día me dio el primer amarillo de mi vida fumando a dos manos un Cohiba y el hachís de Lorena. Puros y porros, otra unión inesperada. Me conformo con eso.