En ese fastuoso reality de revolucionario formato, costeado por el contribuyente, en el que poco a poco se va convirtiendo el televisado juicio al procés, ha llegado esta semana, por sorpresa, la franja de horario infantil. Ha sido cuando ante la sala han comparecido testigos de insolvencia e inmadurez notorias, que se han complacido además en exhibir esas prendas suyas y aun en jactarse de ellas, ante la paciencia casi infinita de quien con tanta templanza —y tanta inteligencia— preside la vista.
Mal mirado, resulta profundamente irritante, por no decir algo peor, que en un acto de la gravedad del que nos ocupa, en el que se ventilan, a la vez, presuntos delitos de enorme lesividad para la convivencia y responsabilidades penales susceptibles de producir una erosión terrible en las vidas de los imputados, se permitan unos imberbes —incluso si llevan barba— presentarse a hacer sus gracietas. Pretenden estas ser corrosivas, pero a la postre los reducen a la condición de Teletubbies de la política y también del show en que convierten el acto de esclarecimiento y exigencia de sus consecuencias penales. La frivolidad y la inconsistencia extrema de estos personajes conduce a preguntarse qué ha fallado en nuestro sistema para que semejante personal, a los hechos hay que remitirse, haya sido capaz de influir en los acontecimientos, en lugar de quedar confinado en algún absurdo canal de YouTube para impúberes desorientados.
No son ajenos a su irrupción la torpeza, el fracaso y, en fin, los desmanes y destrozos de la política tradicional, que perdió el norte del bien de la ciudadanía y el país, y la sensibilidad por la complejidad de nuestra convivencia, mientras andaba a otras cosas más lucrativas y excitantes. Tampoco es como para tirar cohetes, por cierto, el papel de algún ministro, que después de haber ostentado altas responsabilidades no encuentra otro modo de zafarse del interrogatorio de los abogados de la defensa que cargar el peso de todas las decisiones controvertidas sobre las espaldas de sus subordinados. Es otra forma de insuficiencia, menos chiripitifláutica, pero igualmente decepcionante.
La buena noticia es que desde esa parte del sistema que representa la administración de justicia, y que como bien sabemos también tiene sus aspectos disfuncionales, se está dando en esta ocasión una respuesta ponderada, ejemplar y de largo alcance. No lo entenderán jamás los Teletubbies, que habrán salido de la sala con la sensación de que son unos machotes y ellos lo valen, pero los jueces que les han permitido desplegar su circo de tres pistas no lo han hecho en atención a sus méritos personales, sino a su condición de representantes políticos y de testigos y por bien de las garantías procesales de los imputados. Valores todos ellos que están por encima de las ocurrencias pueriles a las que se limita su discurso y su acción pública, y que permiten felicitarse de vivir en el país donde vivimos, y no en la república imaginaria que con unos mimbres tales pretendía tejerse.