Hay pocas cosas singulares. Hacer arte con el ruido, lo es. Contrariamente a lo que pueda suponer el profano, la mascletá no es una aleatoria sucesión de zambombazos ni un monumento al estrépito. Muy al contrario. El buen pirotécnico juega con los silencios, propone ritmos, modula la potencia de las explosiones, crea un relato que te lleva desde un inicio pausado, con adornos, a un colofón apoteósico, en un gradual crescendo.
El terremoto que precede al último bombardeo aéreo sacude al espectador y le hace empequeñecerse entre el olor a pólvora, nubes de humo y el fragor de detonaciones sobrehumanas. Cuando al final se ilumina y revienta el cielo, agujereado en oleadas por ramilletes de estruendosos flechazos, ya hace tiempo que uno se ha olvidado de sí mismo, apabullado por el poder del fuego.
La mascletá no entra por el oído. Te invade los sentidos. Entiendo a sus detractores, como entiendo a quienes detestan la ópera. He visto emocionarse al público en Turandot y he visto los ojos empañados de tíos como torres al explotar la última carcasa. La mejor definición nos la dejó Rostropovich: "Sinfonía de cañones".
Creo no exagerar si digo que aunque la mascletá es una diversión, es mucho más que un simple divertimento. Por eso no soporto a quienes, como en el cine o en un concierto, hablan, comen o se distraen una vez se abre el telón. Con las mascletás sucede algo parecido a las corridas de toros. La fiesta y el jolgorio que están en la plaza deben interrumpirse en el momento que el matador recibe a la bestia. No sólo por respeto, por supuesto, también porque captar el aleteo del arte, la chispa de un instante mágico, exige atención.
La mascletá, como el toreo, es radicalmente popular, nacida del pueblo y dirigida al pueblo. La expresión de gente sencilla capaz de crear belleza partiendo de lo más inverosímil: un animal salvaje. Un explosivo.
La mascletá, en fin, es emoción; experiencia de los sentidos; relámpago de belleza no manoseada por el intelecto, y por eso auténtica; una bofetada de realismo; poema de adrenalina y humo.