En una pared del Monumento Nacional a la II Guerra Mundial de Washington puede verse el grabado de un tipo narigudo que asoma sobre una valla junto al lema "Kilroy was here". En español, "Kilroy estuvo aquí". El grabado no es obra de un adolescente con punzón, sino un homenaje a uno de los grafitis más conocidos de la historia del arte: el que muchos soldados americanos pintaron en las paredes de los pueblos y las ciudades por las que pasaron en su periplo hasta Berlín.
El origen de Kilroy, considerado unánimemente como el padre del grafiti moderno, es un dibujo similar que las tropas australianas pintaban en las paredes de los vagones de los trenes de transporte de tropas durante la I Guerra Mundial. En el original australiano, el dibujo del hombre narigudo que se asoma por encima de la valla es el mismo y lo único que cambia es su nombre: Foo en vez de Kilroy.
Aunque el origen de la versión americana del grafiti ha sido debatido durante décadas, hoy parece claro que el autor del primer Kilroy fue un trabajador de los astilleros Bethlehem Steel de Quincy (Massachusetts) llamado James J. Kilroy. James era el encargado de supervisar los remaches de las planchas de acero con las que se construían los buques de guerra de la Armada estadounidense.
Cuando James J. Kilroy daba el visto bueno a una de esas planchas, la marcaba con tiza para señalar que esta ya había sido revisada. Pero, a veces, esa marca se borraba y la plancha era devuelta para ser revisada de nuevo. James solucionó el problema descartando la tiza y dibujando con pintura 'Kilroy was here' en las planchas que pasaban por sus manos.
Con el tiempo y miles de planchas después, el grafiti de James J. Kilroy fue descubierto por los soldados americanos que viajaban en esos barcos. Los soldados lo tomaron como una señal de buen augurio y popularizaron el mito de que los barcos fabricados con esas planchas eran imposibles de hundir. Y de ahí a las paredes de las localidades por las que pasaban esos soldados sólo había un paso. Se dice que Stalin llegó a toparse con un Kilroy en los baños de la conferencia de Potsdam de 1945.
Hoy, ochenta años después de los primeros Kilroy, pocos grafiteros de más de doce años defienden la legitimidad de los grafitis en monumentos o propiedades privadas. El invento ni siquiera es original o novedoso: ya en 1850 Gustave Flaubert se quejaba de los "imbéciles" que dibujaban su nombre por doquier: "Un tal Thompson, de Sunderland, ha dibujado su nombre en la Columna de Pompeyo con letras de dos metros de alto. Se puede leer a cuatrocientos metros de distancia. No hay manera de ver la columna sin ver también el nombre de Thompson. Este imbécil forma parte ya del monumento y se ha perpetuado con él".
Supongo que es fruto del signo de los tiempos que algunas feministas con un conocimiento muy limitado de la historia del arte, y aún más limitado de la historia del grafiti, crean legítimo pintar sus gilipolleces en la Catedral de Santiago. Entiendo que se creen las herederas de los marines que lucharon contra el nazismo, cuando son sólo la versión moderna del imbécil de Thompson, de Sunderland.