Pensando en Dolor y gloria, después de haberla visto el día de su estreno, se me ha ocurrido que Pedro Almodóvar podría hacer una buena película sobre Luis Cernuda. No comparten muchas cosas, pero sí lo esencial (aparte de la homosexualidad, que es importante): el empeño en un camino propio, ridiculizado con frecuencia a su alrededor, que han seguido con valentía y con creciente hondura. Almodóvar parece haber sido fiel a aquella frase que le daba impulso a Cernuda tras sus reveses: “Aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú”. Como Almodóvar ha hecho justo eso, sus detractores no han encontrado motivos para dejar de serlo; pero sus admiradores hemos ido apreciando cada vez más su valor.
Dolor y gloria es una joyita de madurez: de madurez ya muy adentrada, al borde de la senectud. Es preciosa la mirada desde esta edad a la edad joven, la del alocado Madrid de los ochenta, y más atrás aún a la de la infancia. El arco de las edades se completa con el futuro, que encarna la ancianidad de la madre y su muerte. Queda un homenaje a la vida muy emocionante, aunque expresado con sobriedad: es una película sobria, contenida; incluso –como ha dicho alguien– severa. Pero también dulce. La película destila una extraña dulzura, debida quizá a la mirada desnuda, filosófica. Hay dolor, pero sobre todo reconciliación.
El presente del director (interpretado a la perfección por Antonio Banderas, con el que en ocasiones me he metido) es el de la esterilidad, causada por la depresión, la soledad y las dolencias. Podría resumirse en este verso de Jaime Gil de Biedma: “De la vida me acuerdo, pero dónde está”. Pero en Dolor y gloria la vida reaparece: en el reestreno de su primera película y el reencuentro con el actor, en el amante que vuelve, en los recuerdos de la niñez, en el dibujo que le hizo el albañil al que enseñó a leer y con el que tuvo su “primer deseo”. Como si el pasado acudiera no para acusar sino para rescatar. Aunque también hay culpa: la evocación de la madre que le dice que no ha sido un buen hijo. Pero hasta en esto hay aceptación y el director retoma su vida, es decir, el cine.
Están los artistas que mueren o se acaban jóvenes, en su fulgor. Y están los que van afrontando las edades con su arte, dejándonos el trazado de una vida entera. Casi es un milagro que Almodóvar, que brilló tantísimo, no se lo gastase todo entonces. Así hoy puede ofrecernos una luz más serena (bellísimamente absolutoria) de aquella luz.