“¡Qué valientes son!”, dijo uno del público a la salida. Podría haber dicho también (lo digo yo ahora): “¡Qué alegres, qué ligeros!”. La representación de Señor Ruiseñor de Els Joglars en el Teatro Cervantes de Málaga fue un éxito el sábado. Aplaudimos de pie después de haber estado partiéndonos de risa sentados. Partiéndonos a la vez de tristeza, porque la risa es de lo que nos duele. Solo que, dada la realidad dolorosa, la risa alivia, oxigena, revitaliza. Qué papelón el del nacionalismo catalán: ocupa el puesto exacto de aquello de lo que dice huir. Todavía no se da cuenta de todo lo que ha arruinado.
“Esto solo lo podían hacer unos catalanes”, dijo otro del público. No es completamente cierto, pero la verdad que hay en la frase es que la crítica más valiosa es la de lo propio: la que abre brechas en la losa que aplasta la comunidad de la que se forma parte. Una comunidad, la catalana en este caso, que se resiste a la crítica, a la autocrítica. Es una aberración que las obras de Els Joglars casi no se representen en Cataluña. Señor Ruiseñor se ha representado únicamente en Canovellas y apenas tiene previsto que lo haga en dos sitios más: Hospitalet y Tarragona. En Barcelona nada: la gran capital provinciana y enferma.
Recordaba Ramon Fontserè, actual director de la compañía, la amenaza de bomba que sufrieron en Málaga en 1984 cuando trajeron Teledeum, una sátira de la Iglesia. Por aquellos años los ultracatólicos boicotearon también la película de Jean-Luc Godard Dios te salve, María. En mi primera visita a Madrid, además de las tribus de la Movida estaba aquel grupo de arrodillados en la puerta del Alphaville. Pero lo significativo entonces es que tanto estos como los de la amenaza de bomba eran recalcitrantes en remisión. El público no los tenía en cuenta; es más, se complacía en desobedecerles. Hoy los recalcitrantes están en expansión y en muchos sitios tienen la sartén por el mango. Así en Cataluña, donde predomina la obediencia.
Lo bueno para el teatro libre es que recupera su función: ese regocijo liberador frente a dogmatismos opresores. El suave Santiago Rusiñol encarna en esta obra la vitalidad cosmopolita, tolerante, múltiple, amante de la claridad y el color contra el chapapote identitario. Señor Ruiseñor, como se dice en el programa, “es una reivindicación del arte como patria universal, a partir de Rusiñol, contra las patrias identitarias”. Josep Pla (otro de los inolvidables personajes de Fontserè) lo llamó “destructor de fanáticos”. Los catalanes del futuro deberán acogerse a ellos –y a Els Joglars– para poder pensar que no todo fue oscuro y servil en este tiempo peñazo.