Si España fuera Gotham, Carmen Calvo sería el Joker. Un villano nihilista y suicida sin otro objetivo que el caos. Un caos amargo y violento que no busca poder o riqueza, sino que ciudadanos, autoridades y héroes se muestren tal y como un cínico cree que son: monstruos como él, farsantes, impostores, criaturas deformes que simulan vivir en el paraíso mientras giran la vista frente a la podredumbre que les rodea. Un villano que "sólo quiere ver el mundo arder", como dice el mayordomo Alfred en un momento de El Caballero Oscuro.
Porque… ¿a santo de qué viene ahora Carmen Calvo y le endosa el mérito de la primera vuelta al mundo, la de Magallanes y Elcano, a Portugal, a la Península Ibérica, a Europa e incluso a la Humanidad en pleno con tal de que este no sea atribuido a España? ¿A santo de qué le encarga Calvo un desmentido que niegue cualquier traza de responsabilidad española en la empresa a alguien como José Álvarez Junco, ese capitán Ahab cuya carrera, obsesiva y churrigueresca hasta el esperpento, no ha tenido otro objetivo que demostrar que España no existe, que vivimos una mentira, que esto que vemos a nuestro alrededor no es una Nación, sino sólo un Matrix diseñado por cuatro fachas?
¿En qué país, en fin, el Gobierno dedica todos sus esfuerzos a negar no ya los mitos de la Nación, que tira que te vas, sino los mismos hechos históricos? Hechos innegables, documentados, tangibles, irrefutables. Y eso, a cambio de nada. Sin mayor beneficio electoral, sin mayor ganancia demoscópica. ¿Qué buscan en el empeño Carmen Calvo y Pedro Sánchez si todos aquellos que desean ver arder este país ya tienen otros bidones de gasolina a los que recurrir? Unidas Podemos, Ada Colau, Oriol Junqueras, Carles Puigdemont, el PNV, Arnaldo Otegi… Es decir los futuros socios del PSOE en ese Frente Popular que nos espera tras el 28 de abril.
¿Será simple ignorancia? Que Carmen Calvo, catedrática de Derecho Constitucional, no se haya leído la Constitución y crea, como lo cree el Newtral de Ana Pastor, que el artículo 14 de la Carta Magna no consagra la igualdad de hombres y mujeres parece probarlo. Pero no atribuyamos a la ignorancia lo que puede ser atribuido a la maldad: lo que ocurre es que el PSOE ha analizado ya (correctamente) cuál fue su error en 1936: intentar destruir la democracia sin haber destruido antes la Nación que la sustenta.
Y por eso Carmen Calvo no encarga informes que desmientan la Leyenda Negra, pero sí niega aquellas empresas de las que cualquier otra nación se sentiría orgullosa. O no pone pie en pared cuando un socialista francés viaja hasta Madrid para presentar sus respetos a un puñado de presos acusados de ejecutar un golpe de Estado contra la democracia española. O accede a humillar la testuz frente a cualquier cacique del botijo regional con tocado de plumas de gallina autóctona que le exige disculpas, o pleitesía, o el 19% del PIB, o el 6% del territorio regional, o el fin de la igualdad entre españoles, o vaya usted a saber qué otra sandez cuyo única respuesta posible sería la de "váyase usted a esparragar, y a paso ligero, caballero".
El reverso de ese proceso de demolición de la Nación en el que anda empeñado el PSOE es el escrupuloso respeto que demuestra el socialismo por las mentiras y los delitos de los nacionalismos periféricos. Ahí todo es apoyo, y comprensión, y propaganda, y financiación, y laissez faire. Que equivale a derribar a cornadas el Congreso de los Diputados para construir en su lugar un local de préstamos usureros regentado por Carles Puigdemont.
Me pregunto qué creen los votantes socialistas que ocurrirá después de que el PSOE triunfe en su experimento. ¿Qué creen que ocurrirá, en fin, cuando medio país vea demolido todo aquello que le une al otro medio?