A la muerte de Rubalcaba el PSOE hizo lo que mejor sabe, enterrar con plañideras. Rubalcaba fue a morirse -nadie elige el fundido a negro- en este tiempo sin gobernanza, en la calma alegre del sanchismo triunfante. Rubalcaba no fue ni el Abraham Lincoln que dicen Rajoy o Sánchez, ni la caricatura de Ibáñez o Pepe Mota con que otros lo ridiculizan.
Pedro Sánchez firmó un obituario lastimero, con mucho de negros y quizá de lozanos, para demostrar que los guapos también lloran o cosas así. Con Rubalcaba, todo hay que decirlo, se va una época, la de las cañerías: acaso porque cuando había cañerías, había Estado, aunque pasaban los faisanes, los chivatazos, los pásalo frente a Génova y otros hitos de Rubalcaba.
Por contraste con lo que hay, Rubalcaba es Cánovas del Castillo, lo cual dice poco del difunto y mucho malo de la clase política que lo sobrevive. Al de Solares se le veía en el Eurobuilding, en aquellos almuerzos de la vieja guardia donde siempre había un Simancas saludador, y echábamos unas risas con Trapote en el hall. La última vez que vi a Rubalcaba andaba yo con Raúl del Pozo, y le pregunté algo de "vieja guardia". El auditorio se sintió aludido y yo respondí con retranca que mejor es ser vieja guardia que guardia mora (sic) de Franco. Respondió con datos a lo que pregunté -no lo recuerdo-, pues la gracia era que yo metiera la frasecita "vieja guardia" en el enunciado de la pregunta: y es que siempre fui un valiente reportero.
La cosa es que hay que enterrar a Alfredo Pérez Rubalcaba en esta primavera de infartos masivos, y hay un tiempo que ya no es el nuestro, un otoño del bipartidismo que se nos muere literalmente.
Rubalcaba tenía sus periodistas predilectos y sus periodistas del montón, pero jamás vetó a nadie a una charla suya en un hotel. Antes de que le dieran sepultura, en el Congreso, un espontáneo tiró unos papeles al catafalco y pidió que lo atendiera el presidente, el CNI, el sursumcorda... Y la escenita le sirivió a Sánchez para figurar en la Historia como psicólogo, como el presidente que consuela a los espontáneos y a los magnicidas de papel.
Morir debe ser que Rajoy y Sánchez te firmen un obituario. Entiendo que la vida eterna no compensa mucho por los que uno deja, y por los que uno deja que le escriban.
En este país los responsos duran más que una boda gitana, pero es que España y el bipartidismo fueron así, señora...