Mi vida electoral es un desastre: nunca he tenido a quién votar. Habría votado al González de 1982, pero me faltaban dos años para poder hacerlo. Cuando cumplí los dieciocho el PSOE ya no me convencía. Soy de ese tipo remilgado que se ha pasado la vida esperando al PSOE, pero el PSOE no ha comparecido.
Se habla mucho de los huérfanos electorales, pero no hay mayores huérfanos electorales aquí que los de la socialdemocracia. Naturalmente, un partido que se ha cargado el bachillerato (se me olvidó mencionar este grave baldón cuando escribí sobre Rubalcaba) y que ha tonteado con los nacionalistas no es socialdemócrata.
Me hizo gracia la cosa aristocratizante del CDS y fantaseé con votarlo. "Con el Duque de Suárez", les decía a mis amigos, dandísticamente. Pero la broma se quedó en eso: no me llevó a las urnas.
Me mantuve en la abstención hasta que apareció Anguita y voté a Izquierda Unida un par de veces. Solo yo sé con qué falta de convicción y con qué falta de comunismo. Mi sueño, en realidad, era un partido reformista, que aseara la estructura democrática, el entramado institucional. Hasta me interesó aquello de Foro que no sé si llegó a fundar Punset (¡Punset!).
Mi práctica del abstencionismo no era incoherente con mi idea de fondo: la de que no hay nada más progresista que un Estado de Derecho que funcione, y que, comparado con eso, el gobierno de tal o cual partido es un dato menor. Este dato menor se convierte en mayor, por supuesto, cuando el partido que gobierna socava el Estado de Derecho. El PSOE y el PP venían haciéndolo casi en igual medida, por lo que no tenía mucho sentido votar a uno u otro; y lo cierto es que los demás eran peores. Sí me parecía que estaba bien la alternancia, aunque no contribuí a ella con mi voto. Hasta hoy ningún voto mío ha servido para formar gobierno en la nación.
Me sacó de la abstención Ciudadanos, y pronto UPyD. Hubo incluso unos años en que había que optar por uno u otro. Yo optaba por UPyD. Ni a Rivera ni a Díez los veía (ni quería) como gobernantes, sino como actores que empujaran en una determinada dirección. UPyD se suicidó y quedó solo Ciudadanos. Ahora este se ha convertido en otra cosa: una cosa legítima y que no merece los escraches ni el acoso (ese odio sintomatiquísimo de que siempre ha sido objeto Ciudadanos), pero que ya no es la mía.
Vuelvo, pues, a la abstención. Aquello que me propuse de "mi modesta Gran Coalición" queda sin efecto. Aún votaré a Ciudadanos en las europeas, porque va Savater en la lista. Pero en las municipales ya me abstendré, y así seguiré hasta nuevo aviso.
El desastre electoral soy yo, supongo.