El otro día este observador se tomó el trabajo de examinar durante un buen rato, mientras se proyectaban a la sala que ha de juzgar los hechos vinculados al referéndum del 1-O, los clips de vídeo propuestos por las defensas. Como prueba exculpatoria para sus patrocinados, se supone, y de rebote como pieza de cargo de una supuesta violencia policial desmedida que no es objeto de esta causa pero viene a alegarse, con aire gemebundo, como excusa y legitimación del proceso independentista.
Salvo alguna excepción muy aislada, lo que las imágenes mostraban, una y otra vez, venía a ratificar el muy comentado y no menos criticado testimonio del coronel de la Guardia Civil Diego López de los Cobos, cuando afirmó ante la sala que no se habían producido cargas policiales. En aquel momento, algunas defensas pidieron airadas que se le mostraran las imágenes que según ellas lo contradecían y que ahora, en la fase documental, ha visionado el tribunal. En los vídeos finalmente exhibidos se pudo ver hasta el hartazgo cómo un pelotón policial compacto lleva a cabo, mediante una progresiva presión física, la incursión en una masa que trata de impedirle que pase; acto seguido se aplica a contenerla, mientras se requisan las urnas; y por último protege la salida de los agentes que las portan y se retira.
Todo ello con la neutralización puntual y nada encarnizada de los elementos más agresivos de una multitud que se proclama pacifista pero que no deja de vociferar y de tildar a los agentes de «hijos de puta», «fascistas» y «asesinos». En cuanto al uso de la violencia legítima del Estado, para el que amparaba a estos servidores públicos un mandato judicial y los habilitaban los múltiples delitos de resistencia a la autoridad de los que estaban siendo objeto, se produce siempre de manera contenida -si se compara, una vez más, con los estándares internacionales en supuestos similares-, renunciando en muchos casos a detener o reducir a quienes los insultaban y acometían, a fin de evitar males mayores. Resulta harto extraño que se aporten estas imágenes como prueba de descargo de los inductores de esas concentraciones, de marcado carácter ofensivo y desafiante, cuando lo que se trata, entre otras cosas, es de desvirtuar las sombras que planean sobre ellos tras saberse, de labios de un alto responsable de los Mossos, que el cabecilla del movimiento había aceptado la alta probabilidad de que hubiera violencia. Con el frío cálculo de aprovecharla, si estallaba, para independizarse, como en definitiva acabó haciendo, así fuera en diferido.
Surge en este punto una reflexión: ¿a estas alturas de la era de la posverdad, ya sólo vemos, cada uno, lo que queremos ver? ¿Estarán los ojos de este servidor empañados, y lo que se mostró la otra tarde era en efecto, como aducen quienes lo propusieron como prueba, una congregación de gentiles pacifistas arrollada y masacrada por brutales escuadras de asesinos fascistas?
¿Saben qué? Lo siento pero sigo sin verlo.