Huelga decir que si esta columna se hubiera titulado "Alberto Rodríguez" usted, lector, no estaría aquí. "Alberto Rodríguez" no le dice nada a nadie. En cambio todo el mundo sabe quién es "El Rastas": el larguirucho aquel que acaparó las miradas cuando los diputados de Podemos estrenaron el Congreso.
Las rastas de Alberto dieron juego durante días. La abierta Celia Villalobos suplicó que no le pegaran los piojos, y en las tertulias hubo quien defendió que la ideología no está reñida con el baño y la ducha, una forma como cualquier otra de llamar guarro a Rodríguez.
Pues bien, las rastas y Alberto han vuelto a la actualidad después de que Iglesias le haya nombrado sustituto de Echenique, un cambio que, dicho sea de paso, España entera a excepción de Iglesias y Echenique ha interpretado como un castigo al ya ex secretario de Organización por los malos resultados en las elecciones.
El caso es que el episodio ha llevado a los principales diarios del país a titular "El Rastas" esto y "El Rastas" aquello, lo que nos acerca un poco más al día en que los periodistas escribamos "El Coletas" y "Falangito" en grandes caracteres. En realidad, ¿qué impide que no lo hayamos hecho ya? Daría más clics.
La buena noticia es que aún existen algunos reparos en la profesión. La mala, que no todos tienen que ver con la deontología. Apostaría ciento a uno a que si Alberto Rodríguez militara en otra formación el apodo no le habría caído con tal prodigalidad. Y mil a uno a que si hubiera sido diputado vasco o catalán en lugar de canario se me habría hurtado la ocasión de escribir esta columna. Porque siempre ha habido clases. Y casta.
La gracieta de "El Rastas" es el síntoma de una enfermedad de difícil diagnóstico porque al microscopio nos devuelve un cóctel de patógenos. Mucho prejuicio. Mucha hipocresía. Mucho ventajismo.
Mientras las redes se incendiaban el miércoles a propósito de las rastas, el periodismo y los políticos, el protagonista de esta historia tuvo un gesto que habla en su favor: no tocó Twitter. Le va a costar, pero me da que Alberto Rodríguez empieza a enterrar a Bob Marley.