“Show some feeling and respect, I've had enough and that's a fact”. Ralf Hutter, Florian Schneider.
En estas semanas hemos leído mucho sobre la mal llamada guerra comercial. Nos encontramos ante una negociación muy evidente entre el mayor consumidor y el mayor suministrador y, como siempre ocurre, es el consumidor –EEUU– el que ha dicho “basta”.
Nadie gana en una guerra comercial, y los aranceles siempre son una mala idea. Pero no olvidemos que solo son un arma.
¿Por qué ahora?
Durante muchos años se ha permitido a China mantener un modelo mercantilista y proteccionista bajo la excusa de que crecían mucho. Poco antes de que EEUU lanzara sus aranceles, el Gobierno chino aceleraba en dos peligrosas políticas que no podemos ignorar: intensificar el control de capitales, limitando al máximo la salida de dólares del país, y aumentar la lista de empresas y sitios prohibidos, dos acciones que se han intensificado en el último año y medio.
Entre 2004 y 2018, Estados Unidos presentó 41 quejas en la Organización Mundial del Comercio contra China, en 27 diferentes áreas. La inmensa mayoría de las resoluciones de la OMC no se cumplen (“Paper Compliance: How China Implements WTO Decisions”. La política de mirar hacia otro lado y esperar que la economía china se abriese poco a poco se encontraba con la realidad de que el intervencionismo aumentaba.
El experimento
Un alto oficial de la Administración norteamericana me explicaba hace varios meses que existían dos opiniones enfrentadas en la Casa Blanca. La primera afirmaba que comenzar una guerra comercial hundiría el dólar, dispararía los tipos del bono de EEUU y lanzaría a la economía a una recesión.
La segunda estimaba que el riesgo para la economía norteamericana era pequeño y asumible. Con el bono a 10 años de EEUU a 2,13%, la demanda (bid-to-cover) de sus emisiones más del doble que la oferta a pesar de que la Reserva Federal ya no compra, y el dólar (DXY Index) convenientemente fuerte, los halcones se fortalecían, añadiendo unos datos de empleo, salarios y crecimiento económico muy sólidos. El dólar norteamericano fortalecía su posición como moneda de reserva del mundo (aumentando su utilización, según el BIS).
Mientras tanto, los defensores de un yuan “respaldado por oro” se encontraban con un banco central chino que imprimía como siempre y con mucho mayor aumento de la masa monetaria que EEUU. Las reservas totales de oro de China no llegan a un 1% de su masa monetaria. El yuan-como-oro se desvanecía con dos devaluaciones consecutivas, una moneda que se usa en menos de un 5% de las transacciones globales y una política monetaria extremadamente agresiva.
Las “balas mojadas”
A nadie se le escapa que China podía vender sus bonos de EEUU o amenazar con las llamadas tierras raras, esenciales para la fabricación de equipos tecnológicos. China no es el mayor tenedor de bonos de EEUU del mundo, ni de lejos. Son los propios norteamericanos. China ya redujo parte de su posición en bonos de EEUU y la deuda de EEUU se fortaleció.
No, China no podía armar su posición en deuda de EEUU porque se quedaría sin reservas y hundiría la economía y el yuan (lean este excelente análisis). Las reservas de China han caído un 21% desde máximos y la inmensa mayoría de las mismas no pueden utilizarse.
La única solución para China sería eliminar su control de capitales y dejar flotar el yuan libremente, pero entonces llevaría a una devaluación enorme que conduciría al país a una espiral de quiebras que tendría que cubrir con más emisión de unos yuanes que no se utilizan mundialmente y cuya demanda es decreciente. O recesión o crisis financiera.
¿Y las tierras raras?
En un magnífico artículo llamado “The False Monopoly” se desmonta el mito de la supuesta dependencia de China, pero hay un factor adicional. Ninguna empresa minera china en este sector genera rentabilidad por encima de su coste de capital. O están en pérdidas absolutas o relativas a su coste de funcionamiento. Lo sabemos porque ya intentaron ambas balas mojadas en el pasado y no ha funcionado.
La confianza de los halcones en Estados Unidos se fortalecía con la evidencia de que “la moneda china no la quieren ni los chinos” ante la evidencia de salida de capitales y un enorme porcentaje de préstamos respaldados por cobre y otras materias primas. La dependencia de China del dólar resultaba ser doble: vía reservas y vía materias primas. Sus amplias reservas son mucho menores y menos accesibles de lo que muchos pensaban.
La batalla tecnológica
Al problema de exceso comercial, control de capitales y una seguridad jurídica cuestionable se añade la cuarta e importante guerra escondida. La tecnológica.
El 70% del software utilizado en China está pirateado de EEUU. El impacto negativo para la economía norteamericana, solo en el área de propiedad intelectual, es de 600.000 millones de dólares (“China: Effect of Intellectual Property Infringement and Indigenous Innovation Policies on the U.S. Economy”. Una cifra mayor al superávit comercial que China tiene con EEUU.
No es solo una batalla por el control de la tecnología, sino la seguridad. Los gigantes tecnológicos norteamericanos no solo son empresas privadas, sino que –ahora es bien evidente– en su mayoría sus dirigentes y filosofía son críticos con la Administración de la Casa Blanca. Los gigantes tecnológicos de China son estatales, semiestatales o concesiones a miembros del partido comunista.
La mal llamada guerra comercial es mucho más que los aranceles. Hay muchas formas adicionales de proteccionismo y el control de capitales, restricciones en la moneda, falta de separación de poderes y respeto a la propiedad intelectual son también formas de proteccionismo.
Estados Unidos ha descubierto el talón de Aquiles de China. El mismo que tenía Japón en los 80, cuando parecía que se iba a comer el mundo. Su dependencia del dólar para mantener un castillo de naipes muy frágil de exceso de capacidad, burbuja inmobiliaria y gasto improductivo.
La pregunta que se hará el lector es ¿no tiene Estados Unidos nada que perder? Mucho, pero mucho menos que China. Según Oxford Economics, el impacto en PIB de EEUU de una guerra comercial total y prolongada sería entre un 50% y un 70% superior en China que en EEUU, pero a ello tenemos que añadir el dominó de quiebras en China. Los flujos de fondos globales en todas las guerras comerciales han aumentado hasta un 80% hacia EEUU y fuera de países emergentes.
La fortaleza de Estados Unidos es tener una economía refugio, abierta y cuya moneda se mantiene como reserva global, no por el poder militar, sino porque el resto de monedas caen en la trampa de llevar a cabo los mismos desequilibrios que EEUU pero sin considerar la demanda de moneda real ni fortalecer su apertura.
El talón de Aquiles de China ha sido intentar ser moneda de reserva manteniendo controles de capitales y aumentando el intervencionismo estatal. Jugar a EEUU sin el dinamismo, apertura y libre mercado norteamericano.
Los oficiales chinos sabían que era imposible, pero pensaban que mantenerse como “motor de crecimiento del mundo” les permitiría salirse con la suya. Se han encontrado con un cliente, Estados Unidos, que es el único que sustenta su enorme superávit comercial (China tiene déficit comercial con la mayoría del resto de sus socios), y que no depende de exportaciones. EEUU exporta menos de un 12% de su PIB.
Estados Unidos sabe que este órdago tiene importantes consecuencias económicas negativas internas. Los aranceles no son una solución, solo un arma, porque si China no empieza ya a abrir su economía de verdad, el problema será mayor a largo plazo.
China y sus ciudadanos se beneficiarían enormemente de eliminar esas barreras. Es más, si lo hace y de verdad se convierte en moneda de reserva por mérito, será excelente para EEUU porque se parará el incentivo perverso de los bancos centrales. Pero China parece preferir caer en los mismos errores monetarios, legales y comerciales antes que reducir el control. Y ese es el gran problema. Que los aranceles sirvan como justificación para perpetuar el mercantilismo dictatorial, no para reducirlo.
El proteccionismo no se soluciona con más proteccionismo, pero cuando el oponente no busca el comercio como herramienta de progreso mutuo, sino como caballo de Troya para tomar el control, nos encontramos con mucho más que una guerra comercial. Varias guerras, en la que todos, Europa incluida, nos jugamos nuestro modelo de sociedad.
Estados Unidos y China encontrarán una forma de acuerdo, pero no puede venir de cerrar los ojos ante los riesgos totalitaristas del sistema chino. Ambos saben que esta batalla no es a ver quién gana, sino a ver quién pierde menos. Y quién baja las armas primero.