Pablo Iglesias es cursi hasta para purgar. Dejarle el trabajo sucio a Heidi y arrojar al de Rosario al abismo es de un icónico inaudito. Pero la imagen es la imagen, sí, la de Echenique rodando por un prado alpino que es la metáfora de algo, de no se sabe qué. Quizá de un partido que nunca supo comprender las condiciones objetivas y que entendió la vida como un comunismo de amiguetes que ni fueron comunistas ni amiguetes. Mientras, pasaban Vistalegres y la propia Historia, y la primera fila del partido entendía la erótica del poder como la patente de corso para las coyundas y las cornamentas, y así iban y venían parejas bien y mal avenidas que hacían política con poco corazón y muchas hormonas.
En el bar del padre de Monedero, Casa Gala, hay en un rincón el libro del propio Monedero y uno de Abascal, como dándole la razón a Bobbio. Podemos pudo ser fuerza de cambio, pero desde el principio degeneró en mareas, mareínas, imposibles y un trato discreto con el sentido común. El estalinismo en Vallecas es más cañí, de ahí que a Bescansa y a su criatura mamona, por ejemplo, los pasara PI a mejor vida después de la escenita lactante.
Podemos va ya camino de la irrelevancia y toca el pelo de las postrimerías el tipo de las rastas, al que los buenos chicos podemitas nos piden que no llamemos "el de las rastas" sino Alberto Rodríguez, que así lo bautizaron una hora antes en el cabildo.
En Podemos, en el Podemos de los tronos y de los juegos, la izquierda pesó menos que los abertzalismos gallegos, y toda su historia la explica un exceso de testosterona, apellidado Turrión, que se dice feminista y lo que es, es un padrazo.
A Podemos se le aleja el ministerio y el CNI mientras que Errejón va amasando magdalenas y bolivarianismos en la larga marcha a la socialdemocracia. Pero en la última hora de Podemos a uno, escritor de prosas presentes, le queda un amargor por estos chicos que difuminaron al PCE, pusieron en sordina a IU y demostraron que el patriotismo nunca podrá ser zurdo por estos pagos.
Los años de Podemos nos enamoramos, cambiamos de Rey y a Anguita se les han calmado los infartos. Y los viejos rojos de Málaga aún le guardan la cuchara a Alberto Garzón y su hermanísimo.