Mal que les pese a los administradores actualmente a cargo del consistorio madrileño -ese gobierno de PP y Ciudadanos que contó para su botadura con los votos de Vox, embaucados y en seguida perdidos, según afirman los propios interesados- no es preciso ser votante ni simpatizante de Carmena para deplorar la absurda decisión de inutilizar de facto Madrid Central.
Basta con tener un par de pulmones y una laringe en uso, con mirar la ciudad desde fuera o con tratar de circular por el centro, en transporte público o privado, desde el pasado lunes. La anacrónica medida ha provocado un deterioro tan palpable y fulminante que al ayuntamiento no se le ha ocurrido nada mejor que dejar de dar información puntual sobre el tráfico, o recurrir, en el colmo de la desesperación, a comparativas groseramente viciadas para tratar de esconder lo inocultable: la restricción del acceso a la zona central puesta en marcha por la corporación anterior funcionaba y era efectiva, tanto para la mejora de la movilidad como de la calidad del aire, y revertirla es un destrozo indigno de quienes aspiran a gobernar a los madrileños.
A menos que se nos quiera hacer creer, por ejemplo, que los taxistas y otros usuarios intensivos de la ciudad se han alzado contra la decisión municipal por causa de su bolchevismo, tan profusamente acreditado, o por amargarle el estreno al preclaro munícipe mayor de la Villa y Corte. Y esto sólo es el principio. Que se vaya preparando para cuando se pronuncien de modo oficial las autoridades europeas, estupefactas por una medida tan poco inteligible, tan estrafalaria y tan contraria al signo de los tiempos que nos ha llevado a los madrileños, funestamente, a ocupar esas páginas y esos titulares de la prensa internacional que rara vez se nos conceden. O para cuando alguna asociación ecologista, que ya andará en ello, encargue a sus abogados que preparen la acción judicial más contundente posible contra una decisión administrativa que, se venda como se venda, permite contaminar más el aire que respiran personas, sin que se haya acreditado la perentoria necesidad de tomarla ni el perjuicio irreparable que se derivaría de no hacerlo. Hay por ahí, en el Código Penal vigente, un artículo que habla justamente de estas cosas del contaminar y que sería muy incómodo que se invocara. Veremos a dónde acaba llevando el patinazo al patinador.
Tienen quienes acaban de acceder al gobierno municipal madrileño la legítima pretensión de mantenerlo durante cuatro años -solventando como puedan, eso sí, el depender de unos votos cuyos titulares se dicen engañados y escarmentados y por ello en la oposición-. Mal comienzo y pobres expectativas se dan a sí mismos si perseveran en lo que ha sido una metedura de pata hasta la ingle. Hablan ahora, acobardados por su propio estropicio, de volver a multar en otoño. Pero cuando uno mete la pata lo más juicioso es sacarla cuanto antes. Y más si no hacerlo incrementa la porquería que respiran tus conciudadanos.