No, bonita, no. Que yo no quiero ese feminismo, que no me gusta.
Que no me vas a decir a estas alturas que lo que yo he conseguido te lo has currado tú. Ni en broma.
Que los codos pegados a la mesa han sido los míos, míos los ojos sumando dioptrías, mías las noches en blanco, mías las renuncias y míos los éxitos si los ha habido.
Y sí bonita, sí. Al feminismo sí le hacen falta etiquetas. Porque si llevo toda la vida defendiendo los derechos de las mujeres pero no el aborto, eso ¿dónde me coloca? Si nunca he pedido permiso para hacer nada por ser mujer (ni he creído que debiera pedirlo) pero me parece estúpido y frívolo este nuevo feminismo millennial ¿estoy en el lado correcto o no? Si prefiero la equidad a la igualdad ¿Puedo hablar de los derechos de las mujeres (en lugares en los que no me topado jamás con una socialista) o me tengo que callar la boca por heterodoxa?
Lo decía la semana pasada, con esa flagrante y chulesca apropiación indebida, se nos expulsa de la defensa de causas justas a quienes no nos da la gana plegarnos al modelo de feministas, ecologistas, defensoras de la cultura o de lo que sea.
Porque ese “no, bonita, no” muestra más que cualquier sesudo análisis el sentido patrimonial de cualquier causa justa y el sectarismo de una izquierda cada vez más huérfana de ideas y más proclive al trazo grueso.
Pero lo grave es que la consecuencia del “no, bonita, no” puede acabar siendo la justificación o el silencio cómplice cuando se agrede verbal o físicamente a quien no comparte la misma visión de esa defensa (que deja de ser mujer, o minoría, o lo que sea) y no digamos si el maltratado disiente absolutamente de la causa, de cualquiera de ellas. Llevado el argumento al extremo, no ha habido conquistas sociales sin violencia. Así que, por lo mismo, aunque mala, ha resultado ser necesaria según contra quien. Porque no se hace una tortilla sin romper, al menos, un huevo.
En cualquier caso, la profunda intransigencia de una ministra portavoza que fue cocinera antes que fraila no se admitiría de no ser por el profundo y mullido colchón que le da la propaganda, tan mullido que hasta el sentido del ridículo se pierde, porque no hay espejos suficientes que le muestren el esperpento y sí demasiados que convierten sus chuscas ocurrencias en pensamiento profundo.
Pero Carmen Calvo no da tregua. Ayer, preguntada por el apoyo a la investidura de Sánchez por parte de Podemos, tradujo la negativa –por ahora– de este partido como un “ frente común al sistema democrático". Así, sin anestesia. Porque vayan enterándose: la democracia y Sánchez son una misma cosa y Calvo –exégesis andante de la voluntad de todos los españoles– de paso que riñe a Iglesias y complace a su silente y augusto líder, nos lo hace saber.
Pero mira, bonita. La democracia también es este carajal que obliga a ser humilde. Este autobloqueo a beneficio de inventario con el que nos entretiene tu jefe. Y este sí pero no pero ahora me ofendo que no nos hace ninguna gracia. Y este cálculo personal, la sentencia al 1 de octubre sobrevolando las urnas, y este puñetero hastío.
(Mi enhorabuena, por cierto, a Patricia Ortega. General por mérito, que no por cupo. La primera de otras muchas).