La televisión emitía ayer un nuevo fracaso de Pedro Sánchez. El posible presidente del Gobierno tiene el palmarés más grande de derrotas entre los políticos, sólo superado por Arenas, el mejor derrotado de la política española, que es otra forma de ser el primero. Hay que reconocer a Sánchez que también gana pero no tiene mucha efectividad. Por cada victoria hay detrás una montaña de desastres y un libro, el best-seller que expía su destino de perdedor con suerte. Nunca entra por el aro de la historia limpiamente. Si la historia visitaba a Rajoy, Pedro Sánchez tropieza con ella; es inflamable a los momentos importantes.
Las cámaras registraban este capítulo crucial de la democracia y el que no estuvo a la altura, además de Carmen Calvo, experta en traducir con gestos infantiles el discurso de la oposición, fui yo, que me dormí después de que hablara el socialista. Apareció Casado y sus compañeros arrancaron a aplaudir con esa cadencia pura de políticos criados en aburridísimas convenciones. En sus días buenos, el Congreso vierte toneladas de vergüenza ajena a la atmósfera. Luchar contra el establishment dando una cabezada es la forma más sencilla que conozco de asaltar los cielos. El sistema necesita siestas veraniegas porque desde el 15-M ya ha acumulado demasiados enfadados.
Pablo Iglesias lleva semanas enfrascado en una negociación con el mismo objetivo. Al final, la vida es sencilla: más vale dormirse que quedar fatal delante de todo el país. Suplicó a Pedro Sánchez, que le dio lecciones de político maduro, burócrata que sabe de qué va realmente el asunto. Parece que desde el PSOE se ha trazado el camino para despeñar a Iglesias, discutiendo durante días no el reparto de ministerios, sino la mejor forma de acabar con la otra izquierda, acumulada en la misma habitación: es ahora o nunca.
El bulliying del presidente del Gobierno fallido era el reflejo de sus aventuras previas. Las mismas lecciones que había escuchado de los socialistas de siempre, esos barones que conciben al PSOE como un PP flojito, le salían ahora durante su investidura. Iglesias torcía la boca, se le escurrían los ojos, movía la cabeza. Por un momento pensé que disfrutaba, que el objetivo final de Podemos era pasear por el sistema, aunque lo hiciera desnudo. Le vale con estar presente, formar parte de los juegos de despachos, ser vapuleados con el gusto de estar haciendo política mientras acumulan malas decisiones.
Sánchez se apoyó en la figura consumida de Iglesias, siendo, un instante, lo que aspira: un político completo, con carisma, magnetismo, personalidad, capaz de derrotar a sus rivales educándolos. Es un espejismo que sólo devuelve Podemos. Luego, el sopor. La que por ahora es la siesta del verano acabó con la ristra de noes que le colgaban del mechón blanco del flequillo antes de comer. Montano identifica la retransmisión del tour de Francia como un acuario al que asomarse. El Congreso, a través de la televisión, parecía una sabana de depredadores sin dientes. Al despertar pude ver brillar las canas de Pedro Sánchez como las nieves perpetuas de sus derrotas.