La medida del valor de una estrategia la da el desenlace del combate. Para conocer el resultado definitivo de la seguida en estos días por el líder de Unidas Podemos habrá que esperar aún un tiempo, los dos meses que restan hasta la convocatoria de unas nuevas elecciones, si no se fragua antes una investidura, o los tres y pico que tardaremos en saber cómo le recompensa o le damnifica el electorado en esos eventuales comicios. Con todo, hay algo que por el momento puede concluirse: la ambición de marcarle la agenda al vencedor en las elecciones pasadas ha conducido a la imposibilidad de formar un gobierno y de paso a la no consecución de ministerio alguno para los suyos.
No era un logro pequeño, para un partido que hace apenas un lustro no existía, que tiene poco más del diez por ciento de los escaños de la cámara y que viene de perder por el camino a buena parte de sus cuadros más caracterizados, descontentos con la deriva de su número uno, y de pegarse un batacazo de campeonato en la última contienda electoral. Era, además, una hazaña que tenía al alcance de la mano, tras haber consentido el candidato a la presidencia del gobierno en darle cuatro carteras y una vicepresidencia. Sin embargo, el hecho cierto es que los autoproclamados representantes de las plazas del 15-M van a seguir, por ahora, vírgenes de responsabilidades de gobierno a escala nacional, o lo que es lo mismo, reducidos a la irrelevancia en términos de transformar la sociedad de manera efectiva.
La razón alegada es que el candidato a la presidencia del gobierno pretendía que su presencia fuera marginal, aunque se les ofreciera marcar políticas en cuestiones como la vivienda o la sanidad, percibidas por los españoles como fundamentales para definir su calidad de vida. En su lugar, la formación reclamaba hacerse cargo de la hacienda y las relaciones laborales, que son áreas críticas para el control de un gobierno, la primera, y para la percepción y eficacia de su acción, la segunda, en un país donde el desempleo es todavía el primero de los problemas. Por no hablar de la transición ecológica, el criterio que posiblemente habrá de definir todas las políticas públicas en el futuro.
La pregunta que surge ante esa pretensión es qué se deja al arbitrio del jefe del ejecutivo, más allá de acudir a las cumbres y hacerse las fotos oficiales en Moncloa. Ni siquiera la renuncia in extremis a Trabajo, inoportuna en tiempo y en forma, podía llevar a un acuerdo razonable para quien triplica el número de escaños de su potencial socio. Cuesta no pensar que habría sido posible para Unidas Podemos entrar en un gobierno, empezar a acreditarse como fuerza política responsable y ganar de forma gradual, y no por las bravas de un órdago en la negociación, el peso y el poso necesarios para desarrollar su legítima aspiración de mandar más y subir en escaños en futuras elecciones. Cuesta no pensar que, si no rectifican en estos dos meses, y van así a las urnas, la virginidad como gobernantes en la que su líder y su maximalismo los dejan bien podría equivaler a su suicidio.