Hace unas semanas la ingenuidad del articulista le permitió titular este mismo espacio con la frase Madrid gana interés. Es de humanos equivocarse, y de humanos honrados, o deseosos de serlo, rectificar.
Tras el acuerdo alcanzado por Vox, Partido Popular y Ciudadanos, el debate de investidura fallido en el que brilló la oratoria de los nuevos líderes Monasterio y Errejón ha quedado reducido a la categoría de teatrillo transitorio y sin el menor interés. Madrid vuelve al guión que dura ya un cuarto de siglo y que, con otras caras, pero las mismas ideas e impulsos básicos, se prorrogará al menos durante un cuatrienio más.
Le perdonarán los lectores a este madrileño que hable de Madrid. No es propio de los aquí nacidos hacer alarde de patria chica, ni reporta por ello ganancia alguna frente a los vecinos; tampoco gusta demasiado a los del resto de España que se llame la atención sobre Madrid, eterno culpable de todo mal que se padezca fuera de la capital y región circundante, lo que lleva al madrileño a abstenerse igualmente de hablar de lo suyo a otros.
Pero gracias a sus propios merecimientos y los errores ajenos, el hecho es que Madrid se ha convertido en la primera región del país en términos de peso económico, con nada menos que una quinta parte holgada del PIB nacional, por lo que alguna razón hay para hablar de él y preguntarse por sus perspectivas.
Lo que viene es, en suma, más de lo mismo. Tras las largas semanas de desencuentros y aspavientos, incluidas las viperinas pullas de la portavoz de Vox a sus ahora socios, queda claro que unos y otros están encantados de remar juntos, aunque hagan por no parecer revueltos.
Les tiran a los tres las mismas cosas, quizá con diferente intensidad, eso es cierto, pero en política no es difícil encontrar una manera de graduar intensidades; para eso están las consejerías y demás sillones oficiales con pellizco al presupuesto, y para quienes no suben al coche oficial pero están en el ajo, otra suerte de reparadoras gratificaciones.
Sigue así Madrid en el carril por el que iba, que para ser honestos no se puede calificar de catastrófico: contra este diagnóstico se alzan su prosperidad y dinamismo y sus niveles de servicios públicos, aceptables pese a estar penalizada en su financiación frente a comunidades que por sus privilegios históricos se ven liberadas del esfuerzo de solidaridad que se les exige a los madrileños.
Pensamos algunos, sin embargo, que Madrid podría aspirar a más de lo que le va a dar este tripartito tan legítimo como al parecer vergonzante para alguno de sus miembros: una mayor solidaridad con sus propios ciudadanos, un mejor reparto de la riqueza generada entre los madrileños y un talante menos hosco y abrupto para con los "malos españoles" del que se hace gala desde la coalición próximamente gobernante.
Madrid, creemos, lo tiene todo para ejemplificar lo mejor de España: también para acreditar la inteligencia que contribuya a reparar los desgarros en el tejido del país. Que no vaya a hacerlo, aún, es algo por lo que quizá haya que preguntarle a ese líder de la izquierda que eligió atrincherarse en un chalet de Galapagar o al regenerador que vio de pronto algo repulsivo en ir de socialdemócrata.