No solo tuvimos el crimen, sino también la justificación del crimen, la tibieza con el crimen, la hipocresía con el crimen. Después de cada atentado salía Arnaldo Otegi, de Batasuna, a enjuagarlo, a soltar sus estupideces ideológicas, amenazantes, con el cadáver caliente. Y salían unos cuantos del PNV, Xabier Arzalluz, Joseba Egibar o quien fuera, a reprobarlo sin contundencia al tiempo que se les transparentaban la simpatía por sus chicos (criminales y tal pero vascos, ¿eh?) y los cálculos electorales.
El crimen fue la propulsión del nacionalismo vasco, que ahora, ya sin crimen, se ha quedado dando vueltas cómodamente en su órbita. Nuestra memoria histórica es esa para empezar: hemos sido testigos de mucha miseria.
Me acuerdo, por ejemplo, de aquel hombrecillo abertzale, Tasio Erkizia. Había habido un atentado tremendo, una bomba con varias víctimas, y apareció con una tirita en el meñique. El contraste entre el cuidado minúsculo para con el propio cuerpo y la defensa del descuartizamiento de los ajenos era pura obscenidad.
Luego me enteré, sin sorpresa, de que había sido cura. Como otro batasuno del momento, Jon Idigoras, había sido torero. Ellos eran la encarnación de la España negra, la que seguía oprimiendo y matando desde presupuestos cerriles, carpetovetónicos. (De Jon Idigoras, por cierto, decía un amigo mío que tras haber fracasado en la fiesta nacional se pasó a la fiesta nacionalista, aún más sangrienta que la anterior.)
Nadie se tomaba en serio a estos tipos, aparte de sus votantes (que practicaban la bellaquería con el voto) y los recogenueces del PNV. Los despreciábamos. Cuando subía Jon Idigoras a la tribuna del Congreso era una especie de pasmarote estilo Gabriel Rufián, pero que ni siquiera emitía frases inteligibles sino directamente orangutanadas (menos cargante, en este sentido, que Gabriel Rufián). Estaba claro que de progresistas no tenían nada. Eran lo más fascista que había en Europa.
No deja de ser sintomático que uno de los efectos de la puesta en cuestión de lo que el podemismo ha denominado “régimen del 78” haya sido la rehabilitación ideológica de los partidarios del crimen. Según el nuevo relato (¡aberrante!), los etarras y los proetarras vienen a ser los únicos que se mantuvieron puros en la lucha antifranquista mientras todos los demás fueron simples prolongaciones del dictador muerto.
Es desolador que el PSOE empiece a consentir –a no combatir– ese discurso. Ahora resulta, según la vicepresidenta Carmen Calvo, que el “adversario natural” de los socialistas no son esas “izquierdas” que mataron (también) a socialistas sino las “derechas” que no los mataron. Patéticas trampas de la fe partidista. O de algo más cutre: la conveniencia del momento.