Greta Thunberg, su dedo admonitorio en la portada de GQ, es otra linde moral del progreísmo, feliz vocablo que debemos, creo, a José María Albert de Paco y que libera al fin al pulcro progresismo. (Si el hallazgo no es de mi amigo, que lo desmienta.) Tanto catecismo no acota ya lo "políticamente correcto", como cree la derecha. Ojalá. En la corrección política había más espacio; digamos que la mayor parte de sus reglas podían aceptarse como normas de etiqueta que alejaban al gárrulo. No. Las lindes de hogaño son repentinos caprichos de una burbuja con agenda que declara la más implacable guerra cultural a quien no la obedezca, mientras acusa, precisamente, de librar una guerra cultural a los discrepantes, a los dubitativos, a los escépticos, a los indiferentes y a los poco entusiastas.
Veo a la adusta Greta declarando ex cathedra que ella solo atiende a la ciencia y que piensa ignorar lo que no venga de ella. Bien está, salvo que la ciencia así invocada es cuestión de fe cuando se tienen dieciséis años y, además, una no va al cole porque la Humanidad la necesita. Como detesto lo facilón, omitiré la concienciación de Casiraghi y el balance en dióxido de carbono de su limpísimo viaje a Nueva York una vez considerado el regreso a Europa de la tripulación. Lejos de mí la paralipsis.
Voy por otro lado. Aceptemos que dotes extraordinarias adornan a la heroína del cambio climático y que su edad no es óbice para comprender -científicamente- lo que postula. Que las catástrofes que Al Gore anunció para 2014, y que no sucedieron, van a ocurrir realmente si el mundo no se pliega a las advertencias de la adolescente (Can you hear me?), capaz de reprochar a los más altos mandatarios del planeta su absoluta inacción en la lucha contra el cambio climático. La hipótesis exige, eso sí, que Greta Thunberg mantenga un debate sobre el tema con Bjørn Lomborg, por ejemplo. Y lo gane, claro.
Si todo eso fuera posible, seguiría resultando un misterio el apoyo concitado por la científica súbita en, digamos, España, cuya sociedad considera mayoritariamente efectiva la homeopatía (52'7%) y que esta tiene carácter científico (23%); con millones de personas que creen en los amuletos de la suerte (28%) y que confían en los curanderos para tratar sus enfermedades (23%). De hecho, solo un 16'3% manifiesta de forma espontánea algún interés por los temas de ciencia y tecnología (VIII y IX encuestas de percepción social de la Ciencia de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades).
No vaya a ser que al milenarismo goreano le hayan añadido, bajo el largo influjo de Stéphane Hessel y su indignación, nuevos alicientes emocionales, sentimentales, apasionados, arrebatados, desatados. Irracionales. Ya observó Alain Finkielkraut con ocasión Indignez-vous! -el muy influyente opúsculo del joven nonagenario francés- que nuestra época ha elegido la intensidad contra la inteligencia. "Tal es, en efecto, el significado metafísico del culto contemporáneo a la juventud: extinción de la luz y adoración del fuego" (La seule exactitude).