Dos veces en una sola semana me he encontrado en medio de conversaciones sobre la nueva moda en Estados Unidos: alquilar amigos. En la primera, me lo tomé a risa, como algo anecdótico. La típica idea de iluminado que sale a la luz, no por su éxito, sino por lo estrambótico de su propósito. La segunda se dio tras varios mensajes de amigas y lectoras contándome que se habían separado y que le tenían mucho miedo a la soledad, a la provocada por la ruptura y a la que se llega después de años sin abonar el resto de relaciones, incluida la que deberías tener contigo mismo. Llega el golpetazo y tu botiquín de emergencias emocionales está vacío: no hay amigos, no hay aficiones, no hay un Yo definido.
Cuando hoy me he lanzado sobre Google para investigar sobre la moda americana, me he encontrado con un sorpresón: en España hay varias webs y aplicaciones dedicadas a tal menester y la cosa anda funcionando desde el 2010. Qué fuerte todo.
Las posibilidades que ofrecen son varias y variadas: puedes alquilar un amigo para ir a una boda, para salir de viaje o para celebrar tu cumpleaños acompañado. Hay, también, madres de alquiler. Señoras que saben ganarse la confianza de la gente y que cobran veinte dólares por media hora de WhatsAppmaternofilial. De momento, esta variante solo se da allende los mares pero, con lo que nos gusta la importación, seguro que la adoptamos en breve. Y a mí me va a estallar la cabeza. No entiendo nada.
Lo primero es mi incomprensión ante la capacidad de vivir sin amistad. Yo no concibo mi existencia sin esa panda que me alegra los días y algunas noches. Sin ellos me disolvería, implosionaría, dejaría de existir. Lo segundo, qué coñazo más grande compartir tu tiempo con alguien a quien ni conoces ni te cae bien. Si lo que mola de ir acompañado a los bodorrios es que sabes que, al menos, uno de los invitados es soportable y te va a parapetar del resto.
Pero cada persona es un mundo. Supongo que, para algunos, la ausencia de amigos no es un problema, pero entonces tampoco debería importarles ir solos a un evento o a dar la vuelta al mundo, digo yo. Me parece mucho más catastrófico no tener a nadie a quien llamar para tomar un café y echar unas risas que para irme a Roma una semana.
En algunas webs alquila-amigos mencionan el caso de aquellos que se han mudado a una ciudad nueva y necesitan a alguien que les acompañe a conocerla, con lo fácil que lo tenemos ahora con internet. En dos minutos el listado con los mejores restaurantes, panaderías y tiendas de muebles se planta en tu pantalla. En la misma web que te indica cómo manejarte en tu nuevo emplazamiento, puedes encontrar clubs de lectura, gimnasios o clases de pintura en las que coincidir con gente que tenga las mismas inquietudes que tú. Si todo es ponerle voluntad y esfuerzo.
Otro supuesto es el de gente que carece de habilidades sociales, cuya timidez les impide relacionarse con facilidad. En ese caso, como en casi todo en la vida, lo suyo sería abordar la causa del problema en lugar de parchearlo. Cuando un rasgo de tu carácter te lleva a tal limitación, la terapia debería ayudarte a solucionarlo.
La compañía sin afecto es mucho peor que la soledad. No se me ocurren muchas cosas más tristes que el hecho de que alguien te aguante porque le pagas por horas. ¿Qué pasará cuando vayas justo de pasta?
Quizás alguien, al leer estas líneas, piense que la suerte cuenta en esto de rodearse de gente que te quiera. Craso error. Hagámonos responsables de nuestras vidas y dejemos de echarle la culpa al azar ¿Qué estoy haciendo mal?
Otros, o los mismos, no le darán importancia a las relaciones sociales. Pues lo son, está demostrado por innumerables estudios médicos: los que están acompañados y bien acompañados, se recuperan mejor de las cicatrices, están menos estresados, sufren de menos enfermedades cardiovasculares, viven más y mejor.
Los amigos curan. Si son gratis.