Se sostiene con frecuencia, y, además, como si fuera algo obvio, casi axiomático, que existe una analogía punto por punto entre el brexit y el catexit, esto es, entre la "salida" del Reino Unido de la Unión Europea, y el "proceso" de "desconexión" de Cataluña de España.
Muchos entienden que un proceso de separación, sea de la naturaleza que fuera, es algo completamente obsoleto, periclitado, demodé, y se les llena la boca, a esos que esto defienden, con la globalización cosmopolita a la que estamos, al parecer, fatal y afortunadamente abocados. El entusiasmo europeísta habla del brexit como si fuera un paso atrás desgraciado en un mundo cada vez más globalizado, con menos fronteras.
Ocurre, sin embargo, que el mundo de los siete mil quinientos millones de individuos humanos en el que habitamos está, desde el punto de vista político, más dividido que nunca. Nunca hasta ahora, a partir de los grandes procesos de transformación descolonizadora del siglo XX, hubo tantos estados, y, por tanto, tantos kilómetros de frontera como hay en la actualidad.
Ese fatalismo alegre de la globalización, por lo visto tan progresiva como inevitable, no es más que, por lo menos políticamente hablando, una pura fantasía. Pero una fantasía que no es inocua, sino que encubre ideológicamente, esto es, deforma una percepción adecuada de la realpolitik, de la acción de los estados en el campo geopolítico.
En este sentido la Unión Europea no es ni más ni menos que un tratado. Y un tratado supone la acción soberana de esos estados funcionando, y nunca su suspensión o cese, de tal manera que la fuerza que pueda tener el tratado de la Unión Europea proviene de la fuerza del compromiso que adquieren dichos estados en él. Por tanto, la soberanía de los estados persiste plenamente en el tratado (si no, no habría tratado), y persiste hasta el punto de que, en cualquier momento cualquier estado, si cree verse perjudicado en el tratado, puede salir de él sin vulnerar los derechos de nadie. De esta manera, si el brexit se consumara, nunca significaría un separatismo, sino un abandono, sin más, de un tratado.
El catexit, por el contrario, es un proceso separatista que amenaza con el quebranto de una soberanía, de un estado constituido, y cuya consumación sí supondría la vulneración de los derechos políticos de los españoles (incluidos los catalanes) al hurtarle a estos un fragmento del territorio en virtud de no se sabe qué derecho (un "derecho a decidir" que se reserva a una parte de los españoles es, en realidad, un privilegio, nunca un derecho).
Es decir, el huevo del brexit, con todos los problemas que se quiera que pueda llevar asociados, supone que un estado renuncia a seguir manteniendo la firma de un tratado (no hay separatismo porque no hay unidad política); sin embargo, la castaña del catexit supone la fragmentación separatista de una nación, como es España, y, por lo tanto, el quebranto de los derechos de la acción soberana de todos los españoles. En fin, que no es lo mismo salir de un tratado que romper una nación. Vale.