Ahora que está de moda meterse con los políticos, voy a proceder a su defensa.
El escritor Arturo Pérez-Reverte entrevistado en Vozpopuli este domingo se ha descolgado con un elogio de el Cid, protagonista de su reciente novela, espetando un ataque desmedido a los diputados: “Meter al Cid en las Cortes sería envilecerlo. El Cid pasaría a caballo delante de Las Cortes, escupiría, y seguiría cabalgando, pero a ésos no les gusta el Cid. A esos hijos de puta que están allá dentro los Cid les molestan porque les hacen sentir inseguros”.
Alguna vez se deberían dar cuenta ciertos intelectuales de que el mundo absoluto de los valores religiosos, filosóficos y morales no son los propios de la política. El intelectual busca la “verdad”; el político busca el poder. Montero Ríos, importante político liberal de la Restauración, decía: “Yo nunca miento. Lo que hago es guardarme la verdad para mí”. Es decir, la verdad para un político, en algunos casos y momentos, queda supeditada al objetivo de alcanzar o mantener el poder.
Salen mal parados los políticos sometidos al rigor del intelectual. De ahí que muchos políticos desconfíen de los intelectuales en política. El conde de Romanones escribió: “De los intelectuales salen pocos buenos políticos; de los filósofos, ninguno”.
Asistimos en España a un descrédito generalizado de los políticos. Tengo para mí que es un síntoma más de la crisis del actual Estado de partidos: fraccionamiento, corrupción e incapacidad, desde hace más de veinte años, para afrontar reformas y renovación. Pero resulta peligroso e injusto denostar a todos los políticos. Políticos capaces y con altura de miras son los que pueden y tienen que resolver múltiples problemas. Políticos habrá siempre y es mejor que los elijamos a que nos los impongan.
Desprestigiar a los políticos y a las instituciones ha sido, en la España del siglo XX, la antesala de la Dictadura. Es lo que hizo Primo de Rivera en 1923: licenció mediante un golpe de Estado a los políticos de los partidos dinásticos y colocó a sus amigos. A Franco tampoco le gustaban “la política” y mucho menos los políticos.
Don Arturo Pérez-Reverte debería medioevolear menos y estudiar un poco más el siglo XX. Vería cómo los ataques a las instituciones, al Parlamento y a los políticos en su totalidad traen más desgracias y falsas soluciones que no compensan ni de lejos su brillo literario. Brillo de escritor que conecta con una amplia opinión, pero que contribuye a derruir más que a reformar.