Es un tópico del catalanismo comparar a Cataluña con Holanda, buscando además su homologación total cuando, tras el proceso de desconexión respecto a España, Cataluña alcance la plena soberanía (como Holanda lo hizo, tras la rebelión de los Países Bajos, hace cuatro siglos).
No perciben la paradoja en la que recaen al afirmar que Cataluña es, por un lado, una región expoliada (Espanya ens roba), pero, por otro, es de las regiones más prósperas de Europa (resultando curioso, en esta homologación ficticia, que la Holanda liberada hace cuatro siglos tenga en la actualidad unos índices de desarrollo y bienestar parecidos a los de la Cataluña oprimida). Así, si Cataluña abandonara, como quiere el separatismo, ese lastre que, al parecer, España representa, estaría, dicen, entre las naciones más ricas de Europa.
Sin embargo, no es previsible que tras el necesario proceso separatista, fragmentario, rupturista (porque España, sea como fuere, aún sigue existiendo, y Cataluña sigue siendo una parte suya) las cosas se quedasen como están en la actual Cataluña regional, y, seguramente, la nueva Cataluña nacional, posterior al prusés de desconexión, emularía más a Grecia o incluso Albania, que a Holanda.
Un proceso de desconexión (“Ausschaltung” repetían eufemísticamente los nazis en referencia a la segregación de la grey judía) que implicaría, insistimos, una dinámica más bien hostil entre las partes en litigio (catalanismo/unionismo), pero que se busca suavizar desde la propaganda catalanista con el adjetivo democrático.
Es este adjetivo (en un país en el que se ha llegado a hablar de “orgasmos democráticos”) el que permite que cualquier proyecto quede legitimado y prestigiado en el debate social por el hecho de auto-proclamarse como “democrático”. De esta manera, la secesión, la segregación, el socavamiento de derechos, etc que dicha desconexión de hecho implica, se pretende justificar y dar por buena adornándola con el adjetivo democrático.
Y es que al catalanismo le interesa proyectar la idea de que impedir un plebiscito (así en abstracto, al margen de sus contenidos decisorios) es antidemocrático, y plantearlo es democrático, sin más, ocultando tramposamente que lo que ese plebiscito plantea pasa por excluir de la participación en el mismo a la inmensa mayoría de la población española, y ello en función de una decisión, la que opera dicha exclusión, que no es para nada democrática, sino que, bien al contrario, es una decisión que se establece por la despótica voluntad de la facción catalanista, la voluntad de los señoritos catalanistas (Herrenvolk, que dicen los alemanes). Señoritos catalanistas que confunden su voluntad separatista con la voluntad de Cataluña, y su arbitraria decisión con la democracia (Herrenvolk democracy).
De esta manera si, finalmente, la separación se produce (que no hay ninguna razón para pensar que no se pueda llegar a producir), ello no sería porque los catalanes, por fin, hayan conseguido decidir democráticamente su futuro, sino porque unas facciones dentro de España, la facción catalanista (y sus cómplices que toleran tales planes), se habría impuesto despóticamente a otras partes, a otras facciones no catalanistas que quedarían excluidas del ejercicio de sus derechos sobre un territorio que es común.
Lo que tienen enfrente los que quieren la conservación de la unidad de España, lo que tenemos enfrente, no es una nación, catalana, que busca su liberación del yugo español (esto es una pura ficción catalanista), sino una facción sediciosa que busca imponer sus planes separatistas al resto de españoles (incluyendo naturalmente a los catalanes) mermando y jibarizando nuestros derechos como ciudadanos.