Sonó el teléfono y pensé que era una broma: “Llamamos del Instituto Nacional de Estadística. Tenemos que hacerle una encuesta sobre su trabajo y su formación universitaria”. Ya el verbo me supo raro… ¿Por qué esa imperativa exigencia en lugar de un cálido “nos gustaría” o un educado “si usted pudiera”?
Debido a mi insultante juventud, nadie me trata de "don". Pago religiosamente mis impuestos, así que, oigan, ¿por qué no? Me gustaría que el Estado lo hiciera. Aquí don Daniel, presidente, si no le importa.
Como buen defensa marrullero, despejé muy lejos: “Me pilla en muy mal momento. Ahora me resulta imposible atenderle”. Aquel agente -conste que él no tiene la culpa- se disculpó y colgó. Al día siguiente, misma hora, ring ring: “Hola, le llamamos del INE. Debemos hacerle una encuesta. Creo que ayer habló con mi compañero”. No tenía pinta de broma: “Le mandamos una carta a su domicilio y no la ha contestado”. Algo precavido, no respondí que, a pesar de mi viejuventud, ya no acostumbro a la misiva postal. Dije: “Disculpe, ¿adónde la enviaron?”. A un buzón que ya no es el mío.
Zanjé la llamada con una respuesta similar a la del día anterior: “No va a poder ser, estoy trabajando. Vuelva usted mañana”. Y, como poseídos por Larra, vaya que si volvieron: “Mire, esta encuesta es una obligación legal. Dura veinte minutos”. A lo que rebatí: “Si no me equivoco, ustedes erraron con la carta. Envíenla de nuevo”. Pero eso no era posible: “Se lo repito, debe contestar”. Al Estado, igual que a nosotros, le gusta la carne y el roce, aunque sea auditivo, pero arriesgué y colgué con la misma excusa.
Aquel martes, cuando vibró el Iphone, leía en la prensa este titular: “El INE seguirá la pista de los móviles de toda España”. Se me pusieron de corbata. No podía volver a mentir. El Gran Hermano de la Estadística me había atrapado en su tela de araña. Rompí a sudar. Bajé las persianas.
La telefonista, encantadora, era como aquellas enfermeras del dentista que, a sabiendas de lo doloroso del asunto, muestran una amabilidad exacerbada. Temeroso de la persecución recién estrenada por el INE, cometí el error de ser honesto en mis respuestas. Craso error. Cada vez que dices “sí”, la afirmación despliega cuatro o cinco interrogantes más.
-¿Estudió usted algún máster?
-Sí, pero de carácter no oficial.
Cavé mi propia tumba. La telefonista se vio obligada a montar un gabinete de crisis porque aquella réplica no encajaba con ninguno de los recuadros a rellenar. Yo gemía anestesiado mientras moría mi mañana.
Se avecina otra crisis. Lo estoy viendo. Cristalino. El Gobierno convoca una rueda de prensa urgente: “En un gesto de magnanimidad, quien pague un 5% más de impuestos podrá librarse de las encuestas del INE”. Y yo, desesperado como Truman en su show, aceptaré.