Ciudadanos ha sido aquello que el PSOE le ha permitido ser, y la graciosa concesión caduca este domingo. Todavía a las 22:00 del 10 de noviembre, cuando se firme el acta de defunción del partido naranja tal y como lo conocemos hoy, seguirán creyendo algunos inocentes que el deceso se ha debido a los errores del finado o a la aparición de un nuevo macho alfa más joven, más rápido y más fuerte en la sabana de la derecha.
Dejen que me ría. Si ha habido algo programado hasta el último de los detalles en este país ha sido el cuándo, el cómo y el por qué de la desaparición de Ciudadanos. Y el ejecutor no ha sido precisamente Vox.
El único motivo por el que el socialismo toleró en un primer momento la existencia de una formación que amenazaba su hegemonía en el centroizquierda fue porque creyó, erróneamente, que los de Albert Rivera jamás lograrían cruzar la frontera de lo autonómico. Esa fue la razón de que Ciudadanos cuajara allí donde el ISIS mediático socialista decapitó a UPyD. Una UPyD que no era más que un nuevo PSOE que, a diferencia del original, sí creía en la existencia de algo llamado España.
¿Un PSOE que no odia España, que no pretende convertir en suecos a sus ciudadanos y que promete solidaridad entre españoles allí donde el bipartidismo ha creado reinos de taifas controlados por caciques carlistoides sacados de un folletín del siglo XIX? Eso es como dejar entrar a Brad Pitt en un harén de saqalibas en el que tú, feo, chaparro y cejijunto, eres el único macho. El fin de tu momio.
La operación de muerte civil ejecutada por el PSOE contra una mujer a la que se presentó como una fascista demente henchida de orgullo y de resentimiento contra su viejo partido es una de las operaciones de destierro civil más exitosa de los cuarenta años de democracia. Ni los errores de UPyD, los mismos por cierto que cometió Ciudadanos en sus inicios, eran suficientes para acabar con el partido ni estos habrían pasado de lo anecdótico sin la operación de demonización llevada a cabo por ese periodismo que suele reaccionar salivando como el perro de Pavlov cuando el PSOE toca el silbato y les convoca al festín de entrañas.
Olvídense de si este domingo Ciudadanos consigue quince escaños, en el peor de los escenarios, o treinta, en el mejor de ellos. En Ciudadanos habrá catarsis a partir del lunes sea cual sea el resultado del partido y la transición hacia Inés Arrimadas se llevará a cabo sin mayor resistencia interna. Tienen dos años para completarla. Los que tardará Pedro Sánchez en convocar nuevas elecciones generales ante la imposibilidad de aprobar unos miserables Presupuestos Generales del Estado sin provocar un conflicto civil como el que desean Podemos y los nacionalistas regionales.
Ciudadanos ha cometido errores. Entre ellos dos especialmente sangrantes. El primero, creer que el cáncer español es el nacionalismo periférico, cuando este es sólo un síntoma del verdadero mal: la hegemonía del pensamiento socialdemócrata que sólo puede ser desafiada asumiendo tu destierro civil hacia los márgenes del sistema. Es eso que Santiago Abascal llama "el consenso progre" y que ha resultado ser una mezcla de marxismo cultural y sentimentalismo bobo de clase media con el grifo de las lágrimas fácil y el instinto de autodefensa castrado por las modas adolescentes de la generación más sociológicamente totalitaria desde la II Guerra Mundial.
El segundo ha sido creer que el ciudadano del siglo XXI se ha liberado de su naturaleza humana, de sus tribalismos y de sus emocionalidades para convertirse en una marioneta que asesores de comunicación, publicistas sin obra y gurús de la politología pueden manipular a base de memes de red social y tacticismos espasmódicos. Que Ciudadanos vaya a caer este domingo arrasado por la televisión, un medio de comunicación del siglo pasado, es la prueba de que nunca es buena idea correr más rápido que la propia realidad.
Quizá haya habido un tercer error de Ciudadanos. Aspirar a los cien o los ciento veinte escaños cuando a los partidos nacionalistas vasco y catalán les ha sido suficiente con poco más de una docena para convertir España en su patio de Monipodio. Acertar la quiniela el lunes es la especialidad del periodismo político, pero parece obvio que existe un límite natural, al menos en España, para un partido de centro liberal dirigido a ese escaso 35% de autónomos y empleados del sector privado que mantienen al 65% restante de los españoles.
Si a ese límite natural se suma el límite artificial antes descrito, el del PSOE y su capacidad para barrer del escenario a cualquier rival que amenace su hegemonía en el centro del escenario político, quizá lo sensato sería replantear la estrategia.
Paradójicamente, puede que el batacazo que se avecina este fin de semana sea lo mejor que podría pasarle a un partido que, despertado a urnazos de sus sueños de grandeza, tendría el campo expedito para dedicarse a aquello para lo que realmente nació. Mandar más que PSOE y PP con una cuarta parte de sus escaños.