Las sociedades democráticas modernas, que se articulan en el juego de mayorías y minorías, han interiorizado tanto la idea de cantidad que han terminado sobrevalorándola. De ahí que si son más quienes opinan que una mentira es verdad, acabará imponiéndose como verdadera.
El caso es que, salvo que todo sea un problema de cobardía, no hallo otra explicación que esa excesiva reverencia hacia lo multitudinario para justificar la legitimidad que muchos ciudadanos conceden al separatismo, particularmente desde que ha adquirido masa crítica en Cataluña.
Cuántas veces hemos oído en los últimos tiempos eso de "yo no soy independentista, pero respeto todas las ideas mientras se defiendan sin el uso de la violencia" y "los problemas políticos se solucionan con política". De lo que se sigue, naturalmente, que hay que dialogar y llegar a acuerdos con los líderes separatistas.
En efecto, si la democracia se reduce a una cuestión de números, de suma de voluntades, el independentismo es irreprochable. Ni más ni menos, cabría decir, que cualquier régimen totalitario que fuese votado mayoritariamente. Ahí la prueba de que las democracias pueden engendrar monstruos.
Pero quienes consideran que en democracia la calidad es tan importante como la cantidad tienen razones para pensar que ese "Cataluña para los catalanes" -que es lo que en realidad se esconde tras el "España nos roba"- es insolidario, y que un movimiento que pretende levantar fronteras donde nunca las hubo, que conculca derechos y cercena libertades democráticamente en aras a lograr sus objetivos, no podrá estar nunca en pie de igualdad con quienes anteponen la fraternidad, la convivencia y el respeto a las leyes.
Por lo tanto, si alguien puede hacer ascos a esa "España para los españoles" de Vox, que llega disparado en las encuestas mirándose al espejo con el nacionalismo catalán, no son desde luego quienes vienen sembrando la especie de que cualquier planteamiento que se persiga sin recurrir a la fuerza merece un respeto.
Por decirlo de otra forma: si están dispuestos a negociar con Torra, con Puigdemont o con Junqueras, habrán de estarlo también para sentarse con Abascal y tratar de acercar posturas sobre los muros de hormigón a construir en Ceuta y Melilla, la derogación de la ley de violencia de género, la expulsión de inmigrantes y la ilegalización del PNV. Habrá que dialogar, claro. Y por falta de diputados no será: con un poco de suerte, hasta le han aupado como tercera fuerza del país.