El tuitero que firma como Dios dejó un tuit divino en la noche electoral: “Pedro Sánchez ha exhumado a Vox”. Este ha sido, en efecto, su mayor triunfo con la repetición de las elecciones, su único triunfo: el resto ha sido fracaso. Incluso su victoria, con menos diputados de los que obtuvo en abril. Debe de ser terrible para un ego como el de Sánchez saber que tiene un techo, y que ese techo baja. Las aclamaciones con las que soñó no van a producirse nunca. Sólo se produjeron dentro de su partido cuando lo eligieron. Y quizá de ahí le venga todo: incapaz de salir del partidismo, atrapado en esa cerrazón. Como la militancia que le aupó y que determina la política del PSOE, no muy dada a convencer a los no militantes.
Esa militancia fue la que gritó aquella noche de abril “Con Rivera no”, la frase más perniciosa de los últimos años (con la de las “155 monedas de plata” de Gabriel Rufián). Aquella frase abortó, o contribuyó a abortar, el oro electoral que había en los resultados de entonces: el de la mayoría absoluta que sumaban el PSOE y Ciudadanos para formar el único gobierno verdaderamente progresista que era posible; las otras posibilidades, digan lo que digan, eran reaccionarias (en la línea de la “izquierda reaccionaria” de la que habla Félix Ovejero). Pero ni la militancia del PSOE ni Sánchez quisieron.
Ni Albert Rivera tampoco. Este siguió obcecado con su idea de desbancar al PP, cuando ya era quimérico. Hoy ha sido Ciudadanos el desbancado por el PP, por Vox, por Podemos y hasta por ERC, en un descalabro sólo comparable al de UCD en 1982. Sólo Íñigo Errejón ha sido incapaz de desbancar a Rivera, y sólo por eso debería ponerle a Más País un nombre nuevo: Menos Errejón. Volviendo al PSOE: algún día tendrá que plantearse, si quiere volver a ser el partido amplio que fue, por qué muchos votantes de Ciudadanos hemos decidido irnos a la abstención en vez de votar al PSOE.
Todo es peor ahora que tras las elecciones de abril. Y los próximos meses serán peores que los que hemos pasado. Los españoles han votado mal, rematadamente mal. La consecuencia es un parlamento áspero, bronco, guerracivilista, que parece haber seguido la lógica nefasta de que, si había extrema izquierda, ¿por qué no iba a haber extrema derecha? A los nacionalistas y a los populistas se les suma ahora los nacionalpopulistas de Vox, que son el único éxito objetivo que han obtenido los otros desde que nacieron. Al fin tienen un rival a su altura (a su bajura); un rival comprensible, con el que enfangarse. La pelea ya está en el mismo plano: el de los gritos, las soflamas, la rigidez energúmena, los escupitajos, el aporrearse con las banderas. Un perezón tremendo, que ojalá se quedara en perezón: además nos irritará, nos desgarrará, nos destruirá.
El PSOE, el PP y lo que queda de Ciudadanos deberían aliarse de una vez para combatirlo, o para pararlo. En compensación al menos por la inmensa responsabilidad que han tenido en este desastre.