Cuenta el abogado Javier Melero en su libro El encargo lo que le suele responder a esos separatistas que se quejan de España con el argumento de que Canadá y Reino Unido permitieron referéndums de independencia en Quebec y Escocia: "[Lo hicieron] en su marco legal. Cambiad la legalidad por métodos también legales. España es un país con la autoestima tan baja que el día menos pensado les convencéis".
Melero no es separatista, pero su argumento es irrefutable. El nacionalismo periférico vasco y catalán, ese destilado de caciquismo, insolidaridad e infantilismo, no habría tenido la más mínima posibilidad de éxito en sus regiones sin el descreimiento de las elites políticas, empresariales y culturales de Madrid acerca de su propio país. Sin su rendición preventiva y a fondo perdido.
Lo irónico es que no existe un solo nacionalista catalán o vasco que descrea de España con el entusiasmo con el que descreen el PSOE, Podemos y ese PP al que alejas cien metros de Madrid y cree estar, no ya en una nación diferente, sino en una civilización distinta. Una civilización merecedora de un trato diferenciado al del resto de los ciudadanos que no se amorran al pitorro del botijo con el gracejo idiosincrásico del que hacen gala en las fiestas locales de Reboredo, Vallfogona de Balaguer o Miñano Goien.
No deja de ser llamativo que en el País Vasco y Cataluña, y en breve en Baleares, Galicia, Valencia y Asturias, se vea al Estado español como una insoportable carga omnisciente, omnipresente y omnipotente, mientras que ese mismo Estado español se autopercibe en Madrid como artificial, liviano y vaporoso, poco más que una voluta de humo en el morro de la cabra de la Legión. "¡Pero de quién se pretenden librar, si España no existe!" deben de pensar en las sedes de PSOE, PP y Podemos: Ferraz, Génova y la mansión de Jaume Roures.
O los nacionalistas andan obsesionados con deshacerse de un fantasma que sólo existe en su imaginación o los partidos españoles ven molinos donde en realidad hay gigantes. Que el español haya sido erradicado institucionalmente en Cataluña y sus hablantes marginados por ley en varias regiones españolas sin que el Estado, con los tribunales Constitucional y Supremo al frente, hayan hecho poco más que emitir periódicas admoniciones, advertencias y sentencias flácidas sistemáticamente desobedecidas demuestra que si alguna de las dos afirmaciones es cierta, esa es la primera.
"Nación de naciones" han acabado llamando a España en el PSOE, pero sólo porque de alguna manera tienen que llamarla si quieren gobernarla. Son ateos presentándose candidatos a Papa, que es como si yo escribiera un libro sobre el futuro del socialismo. ¡Pero si no creo en su existencia, ahora que este es poco más que el tonto útil de los resentidos de las identidades!
No hay ideas más dañinas en la España actual que la de que dos millones y medio de nacionalistas –la suma de los votantes de ERC, JxCAT, CUP, Bildu, PNV y BNG– no pueden estar equivocados y la de que es imposible gobernar Cataluña, el País Vasco o Galicia, y consecuentemente España, si no se rinde pleitesía a los dogmas de fe cantonales.
Ni siquiera aunque eso fuera verdad, ni siquiera aunque Ximo Puig, Miquel Iceta, Alberto Núñez Feijóo y Alfonso Alonso tuvieran razón y España fuera salfumán en las urnas autonómicas y municipales, sería aceptable moralmente dejar que ese desierto de la razón y de la democracia que es el nacionalismo avanzara hasta adueñarse de todo el paisaje.
Menciona Elvira Roca Barea una teoría curiosa en su último libro, Fracasología. Si las colonias americanas se independizaron de la metrópolis no fue por la debilidad o la corrupción o la perversidad del imperio español, sino por la falta de fe de este en sí mismo. No por exceso de España, sino por carencia de España. "Para ser gobernados por descreídos, creemos nuestra propia España y gobernémosla nosotros". Es una tesis interesante. Es la teoría de la ventana rota aplicada a los imperios. Vale también para la España de 2019.
Tiene razón Melero. Pero la que tiene la autoestima baja no es la Nación, sino sus elites políticas. Esas que han diseñado un Estado en el que los intereses locales disponen de Ayuntamientos, Comunidades, Diputaciones y Senado para ser canalizados, reivindicados y exigidos a boinazos, mientras que los nacionales sólo pueden ser defendidos en la Cámara Baja del Parlamento. ¿Pero qué hacen el PNV, ERC y el resto de partidos regionales y cantonales defendiendo intereses locales e incompatibles con la igualdad de todos los españoles en el Congreso de los Diputados? ¿Pero desde cuándo los intereses de unos pocos deben prevalecer por encima del de todos?
Refórmese este disparate.