Quien quiera leer un relato del juicio del procés en verdad valioso, documentado, sólido desde el punto de vista jurídico, ameno y perspicaz, tiene una opción inmejorable: El encargo, del letrado Javier Melero, defensor en esa causa del ex conseller Forn. Se revela este abogado como un cronista dotado, un fino observador de la realidad y un escritor más que competente, que sabe sazonar además su discurso con el poso bien digerido de pertinentes lecturas.
También queda al descubierto que no anda el autor falto de autoestima, aunque trate de disimularla con esa coquetería en que se acaba convirtiendo el ejercicio selectivo y medido de la conmiseración hacia uno mismo. Y quizá exceda lo que otros abogados considerarían admisible en punto a revelar cuitas y miserias del cliente —ninguna—, pero esa indiscreción —siempre contenida y calculada, por lo demás— la agradece el lector por la sustancia que le aporta al guiso narrativo.
Tiene el relato dos limitaciones fundamentales: la primera, que es la versión de un letrado que, sin ser independentista, e incluso mostrando una cáustica distancia frente a ese credo, no deja de ser el defensor de dos de los encausados y, como es de rigor en el oficio, no quiere perjudicar en nada a sus clientes y sí echarles un capote en cuanto le sea posible; la segunda, que esa ligera arrogancia con que analiza al prójimo le lleva a despachar alguna caricatura, como la que aprecia el lector en su retrato de los guardias civiles Baena y Pérez de los Cobos, a los que en un pasaje hasta se le escapa motejar de "sujetos", y que para quien los conoce tienen más matices de los que les atribuye.
No deja de ser curioso este fallo de calibración en su aguzado instrumento de observación humana, por cuanto en otro pasaje del libro se refiere con ironía a la desorientación de unos peritos británicos que venían con la idea de que los guardias civiles eran como los de los poemas de García Lorca, para incurrir al final en un trazo que, menos groseramente, tiende igual a subestimarlos.
Con estas salvedades, el libro es entretenido, esclarecedor y a menudo brillante, tanto en su uso de la retórica, forense y no forense, como en su recurso a esa herramienta tan poco y tan mal utilizada en este asunto, y que leyendo El encargo se ve lo bien que nos sentaría empuñar más: el sentido del humor.
Una de las mejores muestras se encuentra, por cierto, en el pasaje de su interrogatorio a Pérez de los Cobos, al que antes ha abocetado como un funcionario oscuro, militarote y mendaz, pero al que en ese momento no puede dejar de rendir un tibio homenaje por cómo le ha aguantado el pulso: "Pérez [sic] me miraba empático, como diciéndome que, si confesaba y firmaba, aquello acabaría en seguida y me dejaría fumar. Estuve a punto de aceptar".
Lo más suculento, con mucho, es su observación, a la vez distanciada e inusualmente próxima, de los jerarcas del procés y de la aristocracia del catalanismo virado al secesionismo. Halla para resumir su desempeño, y de rebote el de algunos de sus oponentes, una fórmula magistral, que le deja al lector el regusto recio de lo clásico y definitivo: "Mucha ambición, muchos ideales más o menos meditados y un uso episódico del cerebro".
Insuperable. Tanto, que hasta vale para describir el acto presente de nuestra tragicomedia, la formación de gobierno, en el que la despiadada fórmula de Melero parece convenir tanto a quienes dicen estar tratando de armarlo, con mimbres apenas viables, como a los obsesionados por hacerlo descarrilar.