“Y los galaaditas tomaron los vados del río Jordán a Efraím, y cuando alguno de los de Efraím que había huido decía: '¿Pasaré?'. Los de Galaad le preguntaban: '¿Eres tú efrateo?'. Si él respondía 'no', entonces le decían: 'Pues di shibboleth'. Y él decía 'sibboleth', porque no podía pronunciar aquella suerte. Entonces le echaban mano y le degollaban. Y así murieron cuarenta y dos mil de los de Efraím” (Libro de los jueces, 12, 4-6).
El feminismo tuvo -y tiene- sentido como movimiento reivindicativo cuando este busca la simetría y la transitividad entre varones y mujeres para el ejercicio de cualquier derecho, sin que influya en ello ni el sexo ni la condición sexual. “Puesto que la mujer tiene derecho a ir al patíbulo, debe tener igualmente el de ocupar la tribuna”, que decía Olimpia de Gouges. Indiscutible.
Y es que no hay ningún partido político, ni organización, asociación, etc. que busque el privilegio del varón sobre la mujer. Otra cosa es que, desde el punto de vista social (que no político), existan determinadas inercias y comportamientos -en el ámbito sobre todo doméstico, en el laboral, etc.- que puedan ser, o lo sean en efecto, machistas (por ejemplo, es más común en los varones desentenderse de las laboriosas y a veces penosas tareas del hogar para acomodarse o dedicarse a otras tareas, y “dejar hacer” a la mujer en este ámbito, como si fuera el suyo propio).
Comportamientos machistas de los que no están libres de caer en ellos -tampoco en esto hay privilegios por sexo- ni el varón ni la mujer. El feminismo, que combate estos comportamientos, no es una postura femenina ni masculina, como tampoco lo es el machismo. Hay mujeres machistas, como hay hombres feministas, faltaría más.
Cosa diferente es el reconocimiento de la influencia que puede tener la diferencia por sexo en los comportamientos sociales (por ejemplo, en la seducción, y otros comportamientos amorosos), no teniendo sentido tratar de igualar o homogeneizar lo desigual o diverso.
Desde el punto de vista biológico la sexualidad humana (como en otros organismos) viene determinada por dos formas (dimorfismo sexual), masculina y femenina, con unas características bioquímicas, morfofisiológicas e, incluso, etológicas determinadas que no hay manera de liquidar, de eliminar, en el contexto de las relaciones sociales, pero sí de neutralizar al desempeñar determinadas funciones sociales (profesionales, de representación institucional, etc…).
Diríamos con Euclides que, así como no hay caminos reales (de realeza) para la geometría, tampoco los hay sexuales. Ser varón o ser mujer no representa ningún mérito, o no puede representarlo en una sociedad igualitaria, pero tampoco ningún demérito.
En este sentido, el feminismo, insistimos, como reivindicación igualitaria es indiscutible (varón y mujer son iguales en dignidad personal y así tienen que ser reconocidos), lo que significa que cualquier cargo, magistratura, etc. puede ser desempeñado por mujer o por varón, indistintamente, pudiendo ser mutuamente sustituibles en el desempeño de dicha función.
Es verdad que el dimorfismo sexual tiene una mayor influencia en el ámbito doméstico que en el público, aunque dicha influencia ya está muy amortiguada en las sociedades contemporáneas a través de la tecnología (pudiendo el varón hacer tareas restringidas antes a la mujer, como la de nodriza, y viceversa), con un solo límite insalvable que impone el dimorfismo sexual: el varón no puede engendrar ni parir (con todo lo que ello significa).
Hasta aquí el feminismo, cuya función “emancipadora”, por decirlo a la manera de la Escuela de Frankfurt, no deja margen a la discusión.
Ahora bien, la ideología “de género”, sin embargo, derivada de lo que se ha venido en llamar los “estudios de género”, es otra cosa muy diferente, siendo al feminismo lo que una caricatura es a un retrato.
Los estudios “de género” son una de aquellas “imposturas intelectuales” que ya analizaron, y denunciaron, muy bien en su día Sokal y Bricmont (en el libro de título homónimo), a pesar de lo cual dicha ideología no ha hecho más que expandirse y divulgarse desde aquella.
Sus logros y hallazgos no es que sean ya más o menos discutibles, sino que esta ideología “de género” no es otra cosa que una pura jerga, un conjunto de meros giros verbales o flatus vocis, cuya única función es la de aglutinar a una serie de grupos de poder y echar el cerrojazo ideológico en torno a ellos, pudiendo de esta manera, a través de la práctica de esta jerga, ascender en el cursus honorum, según estamos viendo con el nuevo Gobierno, y ocupar el “carguito” correspondiente.
Di shibboleth (“miembras”, “consejo de ministras”, etc.), y obtendrás el carguito. No tiene mayor fondo teórico (más que la pura impostura retórica y vacía), ni práctico (más que el de ocupar un lugar en el sol).