La España que deja Cuerda es un páramo mágico, un secarral con bellotas, un tonto en el campanario, republicanos xenófobos, la inmadurez irredenta de los Monasterios, una podemita cortesana, una cortesana podemita.
La España que deja Cuerda ni tiene bosque ni está animada, pero andan los tractores en pie de guerra y Planas sacando diplomacia y sentido común de donde no lo hay.
Mientras Batet hacía alardes de constitucionalismo -nótese la ironía-, yo me refugié frente al Descendimiento de Gregorio Fernández en una mañana tibia de invierno, diríase que de primavera. Por fuera, España se ponía primaveral en la víspera del largo y cálido verano, pero yo miraba a Cristo, al de Arimatea, y pensaba en la gubia y en la rubia.
La madera tiene verdad, y así ha sido desde siempre. No hay nada como escuchar un "Aleluya" a tres metros de la Vera Cruz para ponernos en paz con Dios por los pecados venideros.
Casi a la vez, en no sé qué quiebro, nos han dejado José Luis Cuerda y George Steiner, dos sabios de lo suyo; heterodoxos y lúcidos. Fue en la semana en que los cielos y la navegación aérea en general salvó a Ábalos en lo que verdaderamente es una carrera de resistencia.
Ahora muchos sacan perjurios contra Ábalos, cuando es el ministro que más se parece a España y por eso el resquemor de muchos contra el único que se atrevió a democratizar el AVE.
De Cuerda a Broncano, de Steiner a Almudena Grandes -que airea a sus monstruos-, podemos interpretar que la civilización anda como en franca decadencia. En Madrid ya ni llueve ni lloverá, y han salido las niñas bien de Argüelles a fumar y a ronearse delante de los imberbes que estudian algo como de ICADE y llevan un fachaleco como un escapulario voxero. Cada cual según sus posibilidades y sus gansos.
Se va quedando España como quería Rufián. Los inmorales nos han igualado, los psicópatas al timón y qué solos se quedan los muertos.