De acuerdo con los sondeos de opinión, los españoles somos unos europeos singulares: nos preocupa y atendemos lo que no podemos resolver (por ejemplo, el clima) y no reformamos lo que podemos mejorar (por ejemplo, la calidad de nuestra democracia).
El Eurobarómetro de 2019 sitúa a España como el primer país de la UE con más elevada tasa de preocupación por la “emergencia climática” (el 67 por cien). Sin duda es el resultado de la intensa propaganda del gobierno secundado por el tradicional seguidismo acrítico de buena parte de los medios de comunicación.
Por el contrario, la calidad de la democracia, en la que España ocupa las últimas posiciones de la UE con más de un 75 por cien de descontentos con los partidos políticos y el gobierno, es un tema ausente del debate público.
El hombre (la humanidad) no es capaz de incidir en los elementos básicos del clima. Es algo muy simple de explicar, y que se entienda, en la escuela y en el bachillerato. Como máximo, la acción humana puede actuar en la focalización de instalaciones y áreas contaminantes y tratar de minimizarlas.
Pensar que se puede actuar en el clima es pretender un imposible: no somos dioses; está fuera de nuestras capacidades. El clima depende factores estables (la latitud y el relieve) y de otros variables (la traslación de la tierra que genera las estaciones y la circulación general de la atmósfera).
En nuestras posibilidades está resolver problemas medioambientales concretos y prioritarios que ocupan un lugar muy secundario en las noticias y debates políticos, y no es el clima.
El primer problema medioambiental en la Península es el déficit hídrico del Levante español a pesar de que disponemos de recursos de agua sobrantes (con inundaciones recurrentes) en el valle del Ebro. Pero el plan hidrológico nacional es políticamente incorrecto para la izquierda y los nacionalistas que a su vez instalan en la costa mediterránea desaladoras muy costosas e ineficientes.
El segundo es el tratamiento adecuado y ecológico de los residuos urbanos para lo que se han desarrollado incineradoras eficientes, que producen energía eléctrica y que no emiten contaminación ni olores. Al mismo tiempo que se celebraba la cumbre del Clima de Madrid y durante la visita de la señorita Greta, todo el área noreste de la capital de España, el corredor del Henares, no sabía qué hacer con miles de toneladas de basuras que contaminan suelos y atmósfera más que millones de modernos automóviles diésel, muchos de ellos híbridos.
Los ecologistas de Alcalá de Henares envían ahora sus basuras a la incineradora de Madrid. Las incineradoras son necesarias y obligatorias pero también políticamente incorrectas para la izquierda.
El tercer problema medioambiental en España es el tratamiento de las aguas residuales, sanitarias e industriales, que vertemos a los ríos y al mar. La reciente crisis de contaminación del Mar Menor es un ejemplo escandaloso, pero por negligencia de las numerosas administraciones públicas españolas, no es el único.
En 2001, según directiva de la UE, debíamos haber completado el tratamiento de las aguas residuales procedentes de los núcleos urbanos y en 2019 todavía hemos tenido que pagar multas de 23 millones de euros por sentencias europeas que condenan al Reino de España por verter aguas contaminadas al mar y a los ríos.
Muchos políticos mediocres saben que la mejor forma de no resolver problemas es inventarse otros irresolubles o inexistentes. Nunca como ahora ha habido tanta burocracia medioambiental en España, en muchos casos más dedicada a entorpecer a las empresas y al emprendimiento que genera riqueza y empleo, que a resolver problemas medioambientales como los citados.
No es de extrañar: a cierta elite política le encanta poner en primer lugar lo imposible e irrelevante. Lo milagroso es haber sobrevivido ocho años a un presidente, Zapatero, dedicado a inventarse el problema de la memoria histórica que no existía y a “contar nubes”. Otro presidente, Rajoy, también dedicó otros ocho años a preocuparse por el clima esperando que escampara.
El protagonismo de lo irrelevante va camino de llegar al máximo: el actual presidente Sánchez se cree poderoso y termina pendiente de Rufián e Iglesias; entre todos han conseguido que casi el 70 por cien de los españoles estén preocupados por el clima.