“Siempre la inmigración fue la riqueza de nuestra civilización”, dijo Ara Malikian en la última gala de los Goya, al recoger el premio que recibió su vida magistralmente documentada por la directora y guionista Nata Moreno. El violinista de origen libanés, y de ascendencia armenia, sabe de lo que habla, pues él mismo es a la vez fruto de ese viaje tan decisivo que supone el exilio y parte de la cultura que conforma lo mejor de nuestra civilización.
A él, como a James Rhodes, le salvó la música. Al inglés, el piano y los clásicos lo elevaron por encima de las miserias de una vida a punto de arruinarse por los abusos de un hombre. Al libanés, el violín y los clásicos le permitieron la supervivencia después de abandonar un Beirut a punto de ser devastado por los hombres, con solo 14 años.
A ambos los acogió Madrid, aunque en épocas diferentes. Los dos llegaron a la capital con notable entusiasmo, y piensan en ésta y en las doce notas como en su patria, o en algo que se le parece bastante. Y ninguno parece que vaya a trasladarse a otro lado.
“Pues hasta luego Maricarmen”, tuiteó animadamente el británico hace unos días, al culminar Boris Johnson el brexit que tanto desasosiego le ha causado. Rhodes no tardó en pedir un pasaporte español. Si no lo obtiene “lo antes posible”, amenazó a Pedro Sánchez con “encadenarse a la Moncloa”. Humor británico para necesidades, en este caso de adopción, europeas.
Pero el inglés, por muy enamorado que esté de la cultura española, tendrá que someterse, como los 400.000 británicos que viven en nuestro país, al acuerdo que alcancen Bruselas y Londres durante este año de negociación. Malikian, a quien se le denegó en una ocasión la nacionalidad española al parecer por no cumplir los plazos, ya tiene el documento que anhela Rhodes.
Los dos, a través de sus instrumentos y de su talento nos conducen a ese lugar extraño, de fronteras etéreas, donde se encuentra nuestra parte más radiante, esa que fluye al tempo de la música. Muchos otros intentan ese mismo camino, el que los traslada de un pasado del que huir, o de una guerra de la que escapar, a una zona donde desarrollar su capacidad y en la que, de paso, cultivar a los demás. Pero no todos tienen la fortuna de encontrar refugio entre las orillas de un país que impulsa la libertad y ofrece, al menos, un buen número de oportunidades.
En estos tiempos en los que el músculo fortalecido de la extrema derecha en parte se debe a sus tesis contra la inmigración, y no únicamente la irregular, la intervención de Malikian supone cierto aire fresco sobre un asunto que algunos partidos políticos intentan deformar en su beneficio. Esas mismas formaciones que exhiben a su secretario general, que lo es del tercer partido nacional, haciendo prácticas de tiro con un fusil de asalto, un arma de guerra.
Quizá la desinformación que a menudo utiliza Vox para defender unos criterios demasiado cercanos a la xenofobia acabe por alterarlo todo. Entre otras razones porque cada vez es más difícil discernir qué es news, y qué es fake news. Y todo esta confusión, tan fácil de crear, tan difícil de ignorar, genera criterios -y consecuencias- fundamentados en premisas equivocadas.
Como ese intento tan habitual de mostrar a los inmigrantes como una amenaza, precisamente de forma opuesta a la que se exhibe en el documental Ara Malikian, una vida entre las cuerdas, que se puede entender como la perfecta representación de lo contrario.
Ahora que el Reino Unido ha abandonado el proyecto común cobra una renovada credibilidad la idea de Günter Grass: “Europa no conseguirá sobrevivir sin inmigración. No debería tenerse tanto miedo a eso: todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje”.
La realidad señala que España solo acepta el 5 por cien de las peticiones de los refugiados, derivadas en reconocimiento de asilo o en una protección subsidiaria, y ese porcentaje se encuentra muy lejos de la media europea, que es del 30 por ciento, según los datos oficiales del Eurostat. De hecho, la población extranjera en España ni siquiera alcanza el 10 por ciento.
Si la inmigración es riqueza, como defiende en este momento tan especialmente delicado para los inmigrantes Ara Malikian, necesitamos, claramente, más. Mucha más.