En esta semana plagada de Oscar, con los Goya tan cerquita; con tanto vestido, tanto diseño, tanto brillo, tanto maquillaje; tanta joya y tanto tratamiento de belleza torpedeándonos, me ha dado por pensar en todo eso que no se ve, pero que se nota.
Se notan la amargura y la maldad por más que intentes ocultarla. Porque por muy optimista y generoso que sea tu discurso, en algún momento se te escapará el veneno que llevas dentro. Se nota la bondad, un poco por lo mismo: porque a muchos se les sale por las orejas. Qué bien.
Se notan el agotamiento, el descanso, los buenos polvos y también los malos, que te dejan cara de haber chupado un limón y la piel verde aceituna. Se notan los tacones, por mucho que no salgan en la foto; son altitud y son actitud. Se notan los morros rojos, que también se ven por fuera, pero sobre todo se sienten por dentro.
Se nota el verdadero lujo, ese que no brilla, que solo se experimenta y es cómodo, tranquilo, cálido, sabroso, honesto. La verdad, el amor de verdad y la ilusión de verdad también se notan, porque impregnan lo que haces, lo que cuentas y cómo respiras. No hay trampa ni cartón, no hay fisuras; coherencia y consistencia hasta la última esquina. Por eso se notan la mentira, la apariencia y la desgana.
Se nota la alegría, la duradera, la que no depende de nada más que de estar sano y estar aquí; de ser parte de algo más grande que tú y de ser solo tú; de no querer ser otra cosa. El aprendizaje se nota porque supone un antes y un después: no repetir, no la misma piedra, no cabezazos contra muros pétreos. Se notan la paz, el descanso, la plenitud porque son suaves, esponjosos, huelen bien y saben mejor; quieres acercarte a ellos para que te mezan y te invadan.
Notamos a los que viven seguros de sí mismos porque caminan descalzos por la vida, ignorantes de críticas, ignorantes incluso de sus propios prejuicios. Libres a más no poder, concentrados en sus asuntos. Y se nota el curro bestial que hay tras cada actuación, cada libro, cada concierto de los buenos. De los que te dejan con la boca abierta y el corazón disparado.
Se nota la paciencia, la obcecación y la voluntad. Y la vagancia, la pereza y la falta de ganas. Qué aburrimiento. Se nota el aburrimiento porque se lo zampa todo: ocupa las miradas, los gestos y los cuerpos, tan aplastados.
Se notan, y mucho, los interesados; sí, el interés ese que rima con Andrés. Los huelo a la legua y no los soporto. Ellos, a su vez, notan a los que tienen dificultades a la hora de decir que no, por eso no se me acercan. No al aprovecharte de nada mío, no al gorroneo, no al morro. Punto. No.
La falta de interés también se nota, solo que a veces andamos ciegos y sordos, y con muchas ganas de que nos quiera el primero que pasa. Lo nota nuestra intuición y lo nota el silencio en nuestro teléfono. Lo nota también nuestra lavadora mental, pero no le hacemos ni puñetero caso.
Lo fácil y sincero también se nota: tiremos por ahí y nos irá mucho mejor, joder, que parecemos tontos. Se nota el abuso, tanto que hasta se ve, tanto que hasta se oye. Los gritos a otro, a mí me dejas en paz.
El autoamor brilla, ya sea por su presencia o por su ausencia. Es efervescente. Te eleva, te protege y te proyecta. Que se te note el autoamor, aunque sea solo hoy.