Amanecen con la mirada enrojecida y las manos temblorosas. Atentan contra la dignidad humana nada más levantarse, yendo a la cocina antes que al baño. Se dicen poseídos por el olor, pero no es más que una excusa para esconder su adicción. La rigurosa Wikipedia, liberada de propósitos ideológicos, define como una "droga psicoactiva" el tesoro que les hace prisioneros.
Café, el puñetero café. Tres, cuatro o cinco al día. Todos ellos imbuidos de gregarismo, de maldita rutina. La mayoría de ellos se acoda en la barra y pide "lo de siempre". ¡Y no son los peores! Esos no fusilan el planeta al tiempo que socavan sus entrañas. Ay de los feligreses de las capsulitas... Cuánto daño ha hecho George Clooney.
El café es la anestesia que adormece en vida, la necesidad -luego tornada enfermedad- de convertir el cuerpo en máquina y despojarlo de sus trascendencias. El café robotiza. Basta con mirar a la ciudad.
Cuando era niño, murió de un infarto una mujer a la que en casa queríamos mucho. Un adulto se atrevió a diagnosticar: "Es que tomaba mucho café". Y desde entonces desarrollé una especie de miedo e ira hacia esta bebida que sólo trae esclavitud.
Somos animales de costumbres. Sería imposible abandonar el café a cambio de nada. Hace falta un bebedizo sustitutivo que rellene esos momentos de ritual. Ahí entra en juego el té, que también tiñe los dientes, pero que no ataca el sistema nervioso con pretensiones heroinómanas.
Ya ha quedado suficientemente claro que éste es un manifiesto carente de fundamentos científicos, pero consulten cualquier web: el té tiene más propiedades que el presidente de los Estados Unidos. Además, llama a la meditación y al recogimiento.
Si cierran los ojos y piensan en una taza de café, se verán embutidos en una gabardina, recorriendo aprisa una estación de Metro, borrachos de catarros. Si dibujan en su mente un buen pozo de té, se hallarán en la cima de un monte, quizá abrigados por lo mejor de la literatura universal, anclados a una inusitada paz interior.
El té, en estos tiempos de la polarización, exhibe mimbres de revolución porque ofrece "transversalidad". Frente al "marrón" del café, su paleta cromática se extiende al "azul", "rojo", "blanco", "verde", "negro"... hasta "amarillo", al gusto de cascarrabias periféricos.
Si nos dejamos llevar por leyendas negras y patriotismos milenarios -ahora tan de moda- también podemos decir que el té gana por goleada: ya existía en el 250 antes de Cristo -Wikipedia-. El café, moderno y de antes de ayer, apenas tiene diez u once siglos de Historia.
Soldados del té, muerte al café. No propaguéis el fuego en sus cosechas, recordad que lo nuestro es la cavilación. Guardad silencio cuando se rían de vosotros a la hora de pedir. Saboread esos tres o cuatro minutos de infusión, en ellos está la verdad. Nunca os fiéis de quien apuesta por una bebida que se amortiza en dos tragos.