Escribe G.K. Chesterton que "las mujeres son sublimes de una en una y horribles en masa". Pero Chesterton hace trampa porque la afirmación es válida también para los hombres. La afirmación, de hecho, es válida incluso para los gatos, que son los únicos seres de la creación capaces de conservar su individualidad embutidos en una muchedumbre.
Para el feminismo del 8-M, las mujeres son sublimes en masa y horribles de una en una. Y de ahí su obsesión por destruir política y personalmente a las que militan en el individualismo. Es decir, las Cayetana, Arrimadas, Ayuso, Fanjul y Villacís.
Mujeres que no se conforman con ser mujeres, ese mínimo común denominador entre ellas y, pongamos por caso, alguien tan poco envidiable como la etarra Soledad Iparraguirre Anboto, ni mucho menos mujeres a las órdenes de otras mujeres que consideran a Soledad Iparraguirre Anboto una mujer modelo.
De ahí también la obsesión del feminismo por embutir al resto, a las no individualistas, en el rebaño del inconformismo. Ese rebaño en el que, dice también Chesterton, las mujeres suelen mostrarse más sentimentales y sumisas. Otra afirmación que sirve también para los hombres.
Vaya desde aquí, en cualquier caso, mi más sincera felicitación a esas madres militantes del rebaño que han votado PSOE y Podemos y que verán cómo sus hijos varones languidecen en prisión o son condenados a la muerte social durante los próximos años por una ley que hace depender la existencia del delito de la simple palabra de la denunciante. Una ley que pretende sancionar, incluso, "situaciones objetivamente humillantes". Léase, los piropos.
Algo que ya intentó, por cierto, el dictador Primo de Rivera en 1928 por razones menos beatas incluso que las de Irene Montero.
Entiendo que la fe de esas madres del PSOE y de Podemos en la bondad innata del ser humano, y especialmente en la bondad de las mujeres, es muy superior al instinto de protección que sienten por sus hijos. En esa curva se van a matar miles de millennials, pero que disfruten lo votado.
No tardarán en comprobar esas madres lo equivocado que andaba Rousseau y lo peligroso que es dejar un arma como la de la inversión de la carga de la prueba al alcance de cualquiera. Porque en "cualquiera" cabe mucha gente y no toda ella ostenta exquisitos valores éticos y morales.
La ley ideal es la que ha sido diseñada por gente con buenas intenciones y que sabe que la gente suele albergar malas intenciones. La ley Montero es lo opuesto a ese ideal. Una ley diseñada por gente con malas intenciones para un público objetivo inexistente: gente capaz de conservar las buenas intenciones mientras es tentada con incentivos perversos.
El feminismo, al contrario que el socialismo y al igual que el nacionalismo, es una pésima teoría aplicada a la especie correcta. Y de ahí el éxito que obtendrá una ley que multiplicará por miles las denuncias por las ofensas percibidas. En los EEUU se ha denunciado a hombres por invitar a café a una mujer. O por invitarla a subir a la habitación del hotel. Se ha despedido a otros por vestir camisetas con dibujos supuestamente ofensivos para las mujeres. Ahora importamos ese absurdo a España.
Es dudoso que las mujeres vayan a ser más libres o vayan a vivir más seguras con una ley cuyo único objetivo parece ser el de inyectar grandes cantidades de aluminosis de la arbitrariedad en el edificio de la seguridad jurídica. Pero lo que es seguro es que convertirá la vida de los hombres, y especialmente de los más jóvenes de ellos, en un velero al pairo de las percepciones ajenas.
No puedo imaginar mayor esclavitud que vivir supeditado a la subjetividad del prójimo. Especialmente cuando esa subjetividad está siendo incentivada por las administraciones en un sentido muy concreto: el de "denuncia primero, prueba después… o nunca".
Mucha fe es esa que presupone que no existe una sola mujer en toda España capaz de denunciar a un pobre bobo para obtener los beneficios que la ley prevé para las denunciantes. Beneficios por los que ahora tendrán que competir las denunciantes de abusos reales con las denunciantes por mero oportunismo.
¿Una ley que enfrentará a hombres y mujeres, y a víctimas reales con víctimas imaginarias? Qué gran idea. ¿Qué podría salir mal?
Un solo caso al azar. Un hombre inocente ha pasado tres meses en prisión acusado de la muerte de su esposa. La policía descartó en su momento una muerte violenta por traumatismos, lesiones o asfixia. La mujer no había presentado nunca denuncias por violencia doméstica.
Pero la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género decretó que se trataba de un "presunto" asesinato machista. Distintos colectivos vecinales de Moratalaz se apuntaron al linchamiento. También varios partidos políticos. El hombre fue señalado en la prensa y hasta Pedro Sánchez habló de ello en un tuit que ahora ha sido borrado.
El juez titular del Juzgado de Violencia Sobre la Mujer número 10 de Madrid ha archivado la investigación y liberado al hombre tras comprobar que la mujer murió de un infarto.
Supongo que no especulo de más si digo que el clima de psicosis generado de forma irresponsable por PSOE, Podemos y sus asociaciones afines ha contribuido a que ese inocente haya pasado tres meses en la cárcel. Ahora, Irene Montero y su Ministerio de Igualdad pretenden darle una vuelta de tuerca más a esa tesis que dibuja a los hombres españoles como hutus y a las mujeres españolas como tutsis.
Y todo ello, mientras se siguen ocultando datos clave de los delitos de violencia doméstica, como el de la nacionalidad de los agresores –en la cabeza del feminismo interseccional todo es cultural menos la violencia de los machos de otras culturas–, y sin que las cifras de ese tipo de delitos hayan disminuido de forma sensible durante los últimos años.
Si existe un terreno en el que la clase política española ha diagnosticado mal y recetado aún peor ese ha sido el de la violencia contra las mujeres. Pero aun así, insisten. Porque su objetivo, obviamente, no ha sido nunca proteger a las mujeres, sino someterlas.
Han invertido la carga de la prueba. Pero sólo han logrado probar que son una carga.