Me sorprendió la extrañeza de que en las calles y terrazas de los libros hubiese todavía gente. Como si la vida cotidiana permaneciese en ellos, mientras nosotros somos personajes raros de los que buscábamos en la literatura. La sensación de que la irrealidad está en nosotros.
Muchas veces he pensado en la nostalgia de los exiliados de la República, sobre todo mi querido Luis Cernuda: aquella imposibilidad de volver a su tierra (“la patria se siente como un dolor”, decía Arturo Barea desde Londres); la sensación irreparable de frustración, de amputación, de mundo perdido.
Cernuda escribió (en un poema que, en realidad, es casi más sobre el tiempo que sobre el exilio): “Tierra nativa, más mía cuanto más lejana”. Ahora tenemos durante todo el día la experiencia que Goethe atribuía al anochecer: “Lo cercano se aleja”. Estamos en nuestras casas cerca geográficamente de una vida que, sin embargo, nos resulta inalcanzable.
Volveremos pronto a ella, por eso no podemos compararnos a los exiliados de verdad, muchos de los cuales (como el propio Cernuda) no regresaron. Pero algo de exilio interior hay.
Aunque el paseo marítimo sigue a un rato de mi casa, no puedo asomarme a él, como hacía con frecuencia. Ni puedo cenar con amigos. Ni puedo ir a Madrid, como tenía pensado esta semana (no veré ya nunca el concierto que iba a dar Gal Costa el martes). Las ciudades son escenarios vacíos de la vida que no está.
Y aun así, los del confinamiento somos los privilegiados. Fuera están los que tienen que trabajar arriesgándose, por todos; en especial los trabajadores de los hospitales. Y los que sufren la enfermedad, y los que han muerto, y sus familiares y amigos. Esta situación paradójica de que solo podemos ayudar quitándonos de en medio. Y tratando de llevarlo lo mejor posible.
Fuera está también la pelea política, el obsceno contraste entre la entrega de los que están a pie de obra y los que luchan por el poder, tratando de aprovechar las circunstancias. Esas mezquindades que también empujan al exilio interior, incluso cuando no hay epidemias.
Los populistas y los nacionalistas tan zafios como siempre, aplicando en todo momento su causa abstracta a la realidad, aunque esta esté en carne viva. Bochornosamente ven una “ventana de oportunidad” en el desastre.
Y el presidente Sánchez intentando recuperar a la desesperada su pose de estadista. No sé si sabiendo lo que sabemos todos (me atrevería a decir que los suyos inclusive): que tendría que haber llegado a esta crisis con el respeto ya ganado y no echado a perder.