Juro que no podía imaginar que cuando Pablo Iglesias hablaba de asaltar el cielo lo dijera en sentido místico, pero cada día que pasa me convenzo más al comprobar su beatífica transformación.
El líder de Podemos nos confundió a todos: no quiere el poder, en realidad busca la santidad.
Desde que llegó a Moncloa no habla, predica; su tono de voz, otrora tonante, apenas es un hilillo inaudible, melíiiiiiifluo, como si cada vez que nos dirigiera la palabra buscara no ofender. Sus brazos extendidos y sus manos abiertas, en actitud suplicante, muestran a un hombre entregado a los demás. Y qué humildad. Ché, un vinilo de 45 puesto a 33 revoluciones.
No era nadie él pidiendo cabezas de la casta o dirigiendo escraches, o echando cal viva en los escaños de Sánchez y llamando a alertas antifascistas para combatir a la belicosa ultraderecha en la calle, o señalando públicamente a periodistas o... ¡Todo era una pose! El macho alfa escondía un dócil herbívoro, un cordero con piel de lobo. Ahora lo sabemos.
Estoy convencido: pronto veremos que cambia el tratamiento de excelencia o excelentísimo señor, que protocolariamente le corresponde como vicepresidente del Gobierno, por el de sor. Es lo coherente, ahora que nos habla de los "padres y madres de la Constitución".
La paridad bien vale convertir a los arcángeles Miguel, únicos y únicas que quedan vivos —digo de Roca y de Herrero y Rodríguez de Miñón—, en auténticas madres. Estamos a tiempo. Se trata, ni más ni menos, de aproximarnos con la mente abierta al debate teológico sobre el sexo de los ángeles. Ambas, Roca y Herrer@, deberían encabezar el próximo 8-M, si para entonces ya hemos derrotado al coronavirus.
Sor Iglesias. Habrá quien diga que estamos ante una monja no precisamente de clausura, proclive como es a romper su encierro incluso en plena cuarentena y en medio del confinamiento general. Pero hay causas elevadas que obligan a uno a abandonar su reclusión, incluso en contra de su voluntad: "Los más necesitados"."El escudo social".
Perdida la batalla de los infectados y los muertos por la epidemia, aún se puede dar la de los menesterosos. La Constitución es ahora la Biblia. Iglesias quiere ser Francisco de Asís ochocientos años después. El santo de los pobres en catódico.
Es verdad que ya no hay leprosos tirados por las calles —aunque oyendo a Echenique pudiera dar esa impresión— y que ya no se evangeliza a lomos de burro. Anoche mismo estaba en Telecinco.
Tampoco se pide limosna de puerta en puerta. Pero Iglesias está convencido de que puede lograr la conversión espiritual de bancos y eléctricas. Y hasta de Google.
Santo subito. Hay que canonizarle ya. Cacerolas al balcón.